Tribuna:

Comunidades transnacionales

El 17 de noviembre, la Fundación Sabino Arana celebraba una conferencia sobre emigración con un título muy sugerente, Los nuevos vascos. Se centraba en las personas que llegando de otros lugares se quedan a vivir en Euskadi. La fundación en cuestión ya está estudiando fórmulas para su integración con las que, de paso, definirles la identidad nacional a todos ellos.

El mismo día, la Fundación Ramón Rubial organizaba un debate en el que se trataban de buscar fórmulas con las que hacer que los que vengan a vivir a Euskadi tengan derecho a ser ciudadanos sin que por ello tengan que r...

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El 17 de noviembre, la Fundación Sabino Arana celebraba una conferencia sobre emigración con un título muy sugerente, Los nuevos vascos. Se centraba en las personas que llegando de otros lugares se quedan a vivir en Euskadi. La fundación en cuestión ya está estudiando fórmulas para su integración con las que, de paso, definirles la identidad nacional a todos ellos.

El mismo día, la Fundación Ramón Rubial organizaba un debate en el que se trataban de buscar fórmulas con las que hacer que los que vengan a vivir a Euskadi tengan derecho a ser ciudadanos sin que por ello tengan que renunciar a su identidad nacional de origen. En la introducción de ese debate, centrado en este tiempo de globalización, se recordó a Manuel Castells cuando decía que se está produciendo un cambio en la organización espacial del mundo en el que éste ha dejado de ser un espacio de lugares para convertirse en un espacio de flujos. Y es cierto, hay globalización en forma de flujos de capital y de bienes y servicios que no podría tener lugar sin la existencia de flujos paralelos de información, elementos culturales y personas.

Pensemos fórmulas para facilitarles la tarea de ser ciudadanos, y no les definamos la identidad tan deprisa

Así, la globalización termina por difuminar, en primer término, muchos de los rasgos fundamentales de la idea moderna de Estado-nación y diseña dinámicas nuevas con las que van apareciendo fenómenos que son estrictamente exclusivos de esta nueva era. Uno de ellos, quizá de los más curiosos, es el surgimiento de lo que se ha venido en denominar comunidades transnacionales.

Las nuevas formas de migración en flujos cada vez mayores van creando en los individuos emigrantes nuevas formas de identidad y de pertenencia que va mucho más allá del multiculturalismo, porque empiezan a ponerse en cuestión casi todas las formas de control de la diferencia basada en la territorialidad. La creciente movilidad, el aumento de las migraciones temporales, cíclicas y periódicas, los viajes cada vez más fáciles y más baratos, la comunicación constante gracias a la revolución tecnológica y a las tecnologías de la información.

Todos estos cambios van introduciendo un debate sobre el significado del transnacionalismo y de las comunidades transnacionales como nuevas formas de adscripción identitaria especialmente desarrollada entre los emigrantes. Son grupos cuya identidad no se basa fundamentalmente en la adscripción a un territorio específico, y por tanto suponen un fuerte desafío a los conceptos tradicionales de pertenencia a una sola nación o a un solo Estado.

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Sus orígenes remotos se encuentran en las diásporas de la antigüedad y en los pueblos desplazados o dispersos por la fuerza, como los judíos o los esclavos africanos del nuevo mundo, los trabajadores de origen indio que emigraron para trabajar en el imperio británico, además de algunos grupos de comerciantes como los griegos en Asia occidental o los mercaderes árabes que introdujeron el islam en el sudeste asiático.

En la actualidad, las comunidades transnacionales atraen de una forma especial porque tienen características nuevas y proliferan rápidamente. Son una parte del proceso de interdependencia global y comprensión espaciotemporal -la globalización como proceso de aceleración del tiempo y contracción del espacio- que se desarrolla cada vez a más velocidad.

Se trata, en parte, de un fenómeno tecnológico. La mejora en el transporte y el acceso a la comunicación electrónica en tiempo real es la base material de este proceso imparable pero, por encima de todo, es también un fenómeno social y cultural estrechamente ligado con cambios en relaciones y estructuras sociales y con transformaciones que tienen que ver con la movilidad y la pertenencia.

Es muy probable que todo esto tenga importantes consecuencias que hoy sólo estamos empezando a comprender, ya que, ante la existencia de flujos migratorios cada vez más densos, podría ser que en el futuro las afiliaciones y la conciencia transnacional se convirtiesen en una importante forma de pertenencia, que incluso podría llegar a ser la forma de adscripción predominante entre amplios sectores de población mundial. Si esto sucede, ¿en qué lugar quedarán las referencias exclusivas tipo "vasco y sólo vasco", "español y sólo español"? ¿Qué harán los que sostienen todo un discurso político sobre la base de la homogeneidad identitaria?

Las identidades transnacionales, lejos de engañosas simplificaciones, son complejas y contradictorias y pueden adoptar gran variedad de formas, desprendiendo siempre una cierta capacidad de adaptación de los individuos a múltiples escenarios sociales, además de habilidades para moverse de una cultura a otra. En un mundo en constante movimiento, compuesto de sociedades culturalmente abiertas, este tipo de capacidades no tendrían que parecernos amenazadoras sino altamente deseables desde el punto de vista del enriquecimiento mutuo. La idea de lealtad primordial a un solo lugar, a una sola patria o a un solo territorio fue un rasgo distintivo del nacionalismo en sus orígenes, que sigue vivo en algunos sitios y que tiene poca ciencia y poco futuro en un mundo en constante cambio, además de poca importancia para todos esos emigrantes que sienten que pertenecen de una forma compatible a mucho más que a una sola patria.

Celebremos, por tanto, conferencias en las que pensemos fórmulas para facilitarles la tarea de ser ciudadanos, y no les definamos la identidad tan deprisa. Dejemos que eso lo decidan ellos.

Eduardo Madina es secretario general de Juventudes Socialistas de Euskadi.

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