Paraje frondoso frecuentado por Goya

El ejemplar desplomado ayer en la conjunción de las calles del Comandante Fortea y de Santa Olalla pertenecía al mismo grupo de árboles plantados allí en torno al año 1794, plátanos y castaños de Indias señaladamente, para jalonar la senda real que entroncaba el Palacio Real de Madrid con el palacio de El Pardo, a la sazón, bajo el reinado de Carlos IV de Borbón, cazadero regio. La senda discurría por la margen izquierda del río Manzanares y en la otra ribera se hallaba un soto, en el interior de una isleta sobre el río, donde este gran árbol se alzaba.

Aunque la leyenda dice que Franci...

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El ejemplar desplomado ayer en la conjunción de las calles del Comandante Fortea y de Santa Olalla pertenecía al mismo grupo de árboles plantados allí en torno al año 1794, plátanos y castaños de Indias señaladamente, para jalonar la senda real que entroncaba el Palacio Real de Madrid con el palacio de El Pardo, a la sazón, bajo el reinado de Carlos IV de Borbón, cazadero regio. La senda discurría por la margen izquierda del río Manzanares y en la otra ribera se hallaba un soto, en el interior de una isleta sobre el río, donde este gran árbol se alzaba.

Aunque la leyenda dice que Francisco de Goya pintó al amor de su sombra y que, incluso, el aragonés lo dibujó en uno de sus cuadros, lo cierto es que el ejemplar retratado entonces se alza aún en la cercana entrada del parque de la Bombilla, junto a la iglesia gemela de la ermita de San Antonio de la Florida, en cuya festividad muchos madrileños celebraban allí verbenas.

Toda la zona, conocida históricamente como Pradera del Corregidor, conserva una frondosidad singular, habida cuenta de que las aguas subterráneas en esta área se encuentran a escasa profundidad. Por ello, sobre su lar se hallaban muchos manantiales y fuentes, como la de la Teja, además de numerosos merenderos, como el de Casado y otro, denominado Racataplau, donde algunos norteños bailaban aires de su tierra en los días feriados.

"El empleado de uno de los merenderos, cordobés de origen, mientras pintaba con pintura oscura el chiringuito ferial en la víspera de una fiesta, decidió escribir sobre el lomo del árbol El Gran Capitán, en honor del militar paisano suyo y coetáneo de los Reyes Católicos; pero no le cupo entero el texto y escribió, a secas, El Capitán, junto a uno de los grandes huecos de su corteza", explica el artista Juan Manuel Sánchez Ríos, ex director de la Escuela Municipal de Cerámica.

A partir de aquella fecha, en torno a 1950, el árbol fue llamado de ambas formas y se convirtió en un hito de la procesión bufa celebrada al culminar la semana de Carnaval conocida como El entierro de la sardina.

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