Crónica:LA CRÓNICA

4/1979

El viernes fui a echarle un vistazo a la ceremonia de derogación de la ley orgánica 4/1979, del 18 de diciembre de 1978, del Estatuto de Autonomía de Cataluña. La ceremonia estaba convocada en el interior del edificio del Parlament. Fuera había una docena de gatos maula que buscaban pendencia, eso era todo. Obvié el camino del hemiciclo, donde no conocía a nadie, y entré en un salón adyacente al lugar principal. Colgaba un cartel: "Exposició commemorativa del 25 aniversari del restabliment del Parlament de Catalunya". Faltaban dos días para que la exposición acabase. En plena coincidencia con ...

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El viernes fui a echarle un vistazo a la ceremonia de derogación de la ley orgánica 4/1979, del 18 de diciembre de 1978, del Estatuto de Autonomía de Cataluña. La ceremonia estaba convocada en el interior del edificio del Parlament. Fuera había una docena de gatos maula que buscaban pendencia, eso era todo. Obvié el camino del hemiciclo, donde no conocía a nadie, y entré en un salón adyacente al lugar principal. Colgaba un cartel: "Exposició commemorativa del 25 aniversari del restabliment del Parlament de Catalunya". Faltaban dos días para que la exposición acabase. En plena coincidencia con la derogación, pensé sin mérito. Un angelote gordezuelo y semibarbado se dirigía a mí desde el fondo de una pantalla. Parecía hablar con una gran familiaridad y pasé un mal momento, como siempre que un desconocido me abraza. Por fortuna ahí estaba Tarradellas llegando a Barcelona. Es cierto que exigía corbata y falda, y hablaba de vos. ¡Pero con qué rapidez se adaptó al paisaje colomagallego! Ahora lamento no haberle preguntado si mientras vivió aquí no fue algún día por la ciudad como un dogo elegante husmeando recuerdos o descubriendo intactos rincones del pasado. No conocía esa foto. Tengo buena memoria para eso, y no la habría olvidado. Joan Reventós acaba de perder las primeras elecciones autonómicas. Lleva un cigarro en la mano y le alargan un micrófono que parece de juguete. Habla y ocupa el centro, porque ni siquiera el fotógrafo puede creerse que haya perdido las elecciones. A su lado, medio recostado, está Pujol. La corbata le llega al pubis. Tiene una expresión concentrada. "Tú ve hablando", veo yo que le dice al buen hombre. Tengo raros recuerdos de Pujol. La madura avidez con que miraba a las mujeres: aquel llamativo incidente de pasillo parlamentario con la falda corta de una periodista. Siempre y en toda circunstancia me pareció mal, inadecuado, falso, torpe y pobre lo que dijo, su estilo y su política. Ahora me parece ejemplar la sobriedad con la que está envejeciendo. Y esa su alegría patriótica de la otra tarde, la derogación consumada, reuniendo a sus dos herederos bajo fraternal abrazo. Comprendo bien que un auténtico patriota jamás es un melancólico. ¡Cómo lo maltrató! Me refiero ahora a Raimon Obiols. Esta foto suya, sosteniendo un debate desde el estrado, es insólitamente moderna y dudo ahora si no habrá sido tratada. La corbata es verde, el traje suelto, y le caen los rizos con la desmayada elegancia de los largiruchos. En 1984, a la salida del debate de investidura, a poco de que empezara la pantomima que Pujol había organizado a coche descubierto por los Elíseos catalanes, "el Govern ha fet una jugada indigna!", le gritaron botifler, le tiraron algo y se metió en el coche para siempre. Años más tarde, mientras en un debate se ponía las gafas para corregir la presbicia, se le ocurrió decirle a Pujol que los dos estaban envejeciendo, y ternuras así, mientras Pujol se lo miraba sonriente con los dientes un poquitín fuera de la boca. Me parece ver a Folchi, Juan José. Pero no, no es él. En realidad no sé si llegó a ser parlamentario. Cuando Tarradellas lo nombró consejero, en 1977, me dijo firmemente apoyado en la galería gótica de Palau que alguna vez se había fumado un porro. Es que lo acusaban de apalear rojos en la universidad. Otro que no está es Lluís Prenafeta, el secretario de Pujol: cuando venía al Parlament (pocas veces) se le notaba, pero físicamente, la tremenda incomodidad que le provocaban la democracia y el escrutinio público. No era maldad. Era ajenidad. El malo, completo, absoluto, fue un consejero Subirà. ¡Eh, sólo hablo de mi vista enferma! Ahí está, de pie en el hemiciclo, desafiante y bien puesta su mueca de desprecio. Panzer de la patria. Recuerdo bien que una vez toqué a López Rodó, mi mano en su mano, y fue como esperaba. Rodó fue un catalán muy poderoso. Tiene unas impresionantes memorias políticas, formidable backup de su tiempo. La foto lo muestra en Sau, después de aprobar el Estatuto. Va de verano, que es una estación prohibida para este tipo de personas, obligadas a transigir con la sahariana. Metieron a López Rodó y no han podido meter a Piqué, basta pensar sobre eso. Veo al Guti, con su cuello de cisne. El Lenin catalán, decían las portadas. Se defendía de su brusca timidez con la acostumbrada frase de Brecht sobre sí y los comunistas, que eran uno y lo mismo: "Nosotros, que quisimos un mundo amigable, no pudimos serlo". Ya yéndome, colmado, un reflejo me devuelve el perfil de Josep Benet, inscrito en el escudo de la Generalitat. Es todavía el mejor cartel electoral de la democracia. Lo hizo Enric Satué. Nadie ha comprendido mejor la naturaleza de un candidato. Benet era una silueta y así fue mostrado. Un atardecer de este agosto lo encontré caminando por el Turó Park. Pasa largamente de los 80, respira mal y camina vacilante. Se me quejó con ironía del mucho tiempo que dedica a sobrevivir: "A partir de cierta edad, la mitad del día se te va en los cuidados necesarios para poder vivir la otra mitad". El canon presenta a Benet como un perdedor. Error grave. Puede que el hombre, pero, dados los destinos, el hombre es irrelevante. Sus palabras clave son las palabras clave: unidad, asamblea, antifranquismo, religión, ruptura, historia. Él fue el primero en pedir la derogación. La silueta de Benet describe Cataluña como un mapa describe un territorio. En la exposición hay muchos muertos. La pajarita de Laporte o el puro de contrabando de Andreu Abelló. Se trataba de una clase política tardía. Pero es evidente que frente al darwinismo de la vida sobrevive el diseño inteligente de la patria, y aún me hago respetuosas cruces de cómo Satué pudo verlo.

El canon presenta a Benet como un perdedor. Error grave. Puede que el hombre, pero, dados los destinos, el hombre es irrelevante.
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