Tribuna:UN MANUAL DE CONSULTA PARA LA ESO

Pasión por saber

Parece que se olvida la necesidad, en nuestros tiempos, de un saber enciclopédico. Como si este adjetivo indicase algo así como una montaña de erudición y de conocimientos que nunca podemos alcanzar. En la época tecnológica, esa montaña existe. Basta con consultar algunos de los buscadores de Internet para darnos cuenta de que no son datos, ni noticias, ni informaciones lo que nos faltan. Más bien nos sobran. Lo que sí parece que necesitamos hoy son ideas, ideas un poco nuevas, capaces de organizar esos datos, abrirnos perspectivas, darnos que vivir.

En la etimología de la palabra ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Parece que se olvida la necesidad, en nuestros tiempos, de un saber enciclopédico. Como si este adjetivo indicase algo así como una montaña de erudición y de conocimientos que nunca podemos alcanzar. En la época tecnológica, esa montaña existe. Basta con consultar algunos de los buscadores de Internet para darnos cuenta de que no son datos, ni noticias, ni informaciones lo que nos faltan. Más bien nos sobran. Lo que sí parece que necesitamos hoy son ideas, ideas un poco nuevas, capaces de organizar esos datos, abrirnos perspectivas, darnos que vivir.

En la etimología de la palabra enciclopedia no se alude tanto a los saberes que podamos alcanzar, sino a la armonía de esos saberes. Enciclopedia quería decir educación en círculo -en kiklo paideía-. Una manera, pues, de hacer que todo lo que podamos conocer tenga un sentido, una coherencia que nos ayude a entender el mundo, a descubrir la conexión honda que lo une a los ojos que lo contemplan, que lo convierten en teoría. Teoría significó, en sus orígenes, mirada y reflexión sobre esa visión.

Ese impulso por armonizar saberes nos lleva ante un territorio transitable, ameno y lleno de luz, donde se acrecienta el deseo de aprender. Esta tensión hacia la armonía fue algo que estuvo en los inicios de la cultura y en los primeros balbuceos enciclopédicos. Un gran humanista francés escribió, hace siglos, que hay que intentar que "todas las disciplinas tengan comunicación y se conjuguen entre sí, como si fuera un orbe, un universo de saberes enlazados". Esa misma idea presidió los empeños de los promotores de la Enciclopedia francesa sobre la que el mismo Diderot afirmaba que había de intentarse que, en sus veintiocho volúmenes, "todo se encadenase y se engarzase hasta en sus matices más imperceptibles".

Una Enciclopedia de nuestro tiempo, aunque tenga pretensiones mucho más modestas que la de aquellos geniales revolucionarios, que ambicionaban decir el mundo, sus cosas y sus seres desde una perspectiva en la que la razón humana encontrase su verdadero aposento, no puede desoír tan saludables consejos. Precisamente, hoy más que nunca, tenemos que luchar por los principios de un verdadero humanismo, que no arrastre los desgastados tópicos de los que no han sabido ver el sentido de las humanidades. Hoy no se puede estar de acuerdo con las vacías elucubraciones de Snow, que con sus Dos culturas había establecido una radical separación del mundo del conocimiento. Nada escapa ya a ese saber de las humanidades, porque son seres humanos los que elaboran la física, la medicina, la historia, la economía, el derecho, la literatura, las matemáticas. Nada humano puede escapársenos ya de esa esfera de conocimientos en la que todo se enhebra y confluye. Y ese todo apunta al progreso y a la lucha por la felicidad.

El proyecto de una Enciclopedia para los jóvenes y, por supuesto, para los adultos, tiene que ser un instrumento esencial para algo que es urgente en los años que se avecinan: despertar la curiosidad intelectual, iniciar en los conocimientos, abrir territorio para todo lo que aún tenemos que caminar y, sobre todo, despertar el amor, la pasión por cualquier tipo de saber que es, en el fondo, el mayor tesoro de los seres humanos y la mejor defensa contra el más grande de los males, la ignorancia, la irracionalidad, la sinrazón.

Emilio Lledó es filósofo y escritor.

Archivado En