Editorial:

Gracia de fiestas

Durante dos noches consecutivas, las fiestas más populares de la ciudad de Barcelona, organizadas por los vecinos y entidades del barrio de Gràcia, han acabado en batalla campal. El tercer día se ha saldado sin incidentes, pero sólo a costa de renunciar al silencio pactado a partir de las 2.30 para respetar el descanso de los vecinos. Los incidentes de Gràcia no merecerían especial atención si fueran hechos aislados, pero parecen ya síntoma de un fenómeno que se prodiga en muchas ciudades españolas. Como tal, requiere algo más que lamentos.

El barrio de Gràcia es escenario frecuente de ...

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Durante dos noches consecutivas, las fiestas más populares de la ciudad de Barcelona, organizadas por los vecinos y entidades del barrio de Gràcia, han acabado en batalla campal. El tercer día se ha saldado sin incidentes, pero sólo a costa de renunciar al silencio pactado a partir de las 2.30 para respetar el descanso de los vecinos. Los incidentes de Gràcia no merecerían especial atención si fueran hechos aislados, pero parecen ya síntoma de un fenómeno que se prodiga en muchas ciudades españolas. Como tal, requiere algo más que lamentos.

El barrio de Gràcia es escenario frecuente de las actividades del movimiento okupa y de grupos alternativos que han vuelto a realizar actos no autorizados. Pero los altercados de madrugada están sobre todo relacionados con otro fenómeno inquietante, porque surge de la excitación y del alcohol y se nutre de una exaltación de la transgresión tolerada durante muchos años. Entre los protagonistas de los destrozos del mobiliario urbano y de los enfrentamientos con la policía, que se han saldado con una docena de agentes heridos, muy pocos superan los 20 años. La mayoría son quinceañeros hiperexcitados que esta vez no han respetado siquiera los adornos de las calles elaborados durante meses por los vecinos.

Siempre ha habido folloneros en las fiestas. Lo nuevo es la dimensión y la creciente atracción que ejerce esta violencia. Las fiestas de Gràcia atraen a miles de personas. El problema lo crean unos cuantos cientos que acuden con propósitos vandálicos. No es fácil pacificar las calles una vez surgida la violencia sin dar alas a quienes la disfrutan. Si los agentes hubieran intervenido el jueves, es posible que la nueva batalla campal hubiera tenido un efecto llamada a nuevos alborotadores. Pero la permisividad implica un mensaje de impunidad. La calle es el espacio común de la ciudadanía donde el civismo posibilita la convivencia en libertad. Por eso, las actitudes incívicas son una agresión a la libertad de todos.

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