Editorial:

Paños calientes

El órgano de vigilancia atómica de la ONU (OIEA) se ha conformado, tras su accidentada reunión en Viena, con adoptar una bienintencionada resolución, que Irán rechaza, pidiendo a Teherán que vuelva a congelar sus trabajos de enriquecimiento de combustible nuclear. El régimen iraní los ha reanudado con gran parafernalia, desprecintando sus instalaciones de Isfahán, una de sus plantas atómicas, selladas desde hace casi un año tras su acuerdo con la Unión Europea. El OIEA, donde están representados 35 Estados, se pronunciará de nuevo sobre la situación el mes próximo, tras un informe de su direct...

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El órgano de vigilancia atómica de la ONU (OIEA) se ha conformado, tras su accidentada reunión en Viena, con adoptar una bienintencionada resolución, que Irán rechaza, pidiendo a Teherán que vuelva a congelar sus trabajos de enriquecimiento de combustible nuclear. El régimen iraní los ha reanudado con gran parafernalia, desprecintando sus instalaciones de Isfahán, una de sus plantas atómicas, selladas desde hace casi un año tras su acuerdo con la Unión Europea. El OIEA, donde están representados 35 Estados, se pronunciará de nuevo sobre la situación el mes próximo, tras un informe de su director general.

La decisión del Organismo Internacional de Energía Atómica refleja la evidente falta de voluntad occidental para adoptar una política de confrontación con el régimen de los ayatolás, política que no tendría otro cauce que la denuncia ante el Consejo de Seguridad para la eventual imposición de sanciones. Teherán, firme en su desafío, no teme especialmente un procedimiento que zanjarían con su veto Rusia o China. Pekín ya avanzó el miércoles su oposición a trasladar al más alto órgano de la ONU un asunto que debe resolverse en la mesa de negociación.

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Irán, institucionalmente más compacto que nunca con su nuevo presidente ultraconservador, rechazó la semana pasada la última propuesta de cooperación nuclear civil formulada por Alemania, Francia y el Reino Unido, mediadores europeos con el beneplácito de Washington en el largo tira y afloja. Ni el presidente Bush ni la troika comunitaria parecen tener interés, pese a sus reiteradas advertencias a Teherán, en crispar un contencioso que se prolonga ya tres años y deriva de la certeza aliada de que el régimen teocrático -que ha mentido durante casi veinte años a los inspectores del OIEA- está dando los primeros pasos hacia el arma nuclear.

Las razones de esta actitud contemporizadora occidental son de peso y variadas, además del más que probable callejón sin salida del Consejo de Seguridad. Una es el imparable precio del petróleo, que haría contraproducente en estos momentos -política y económicamente- abrir un nuevo frente con uno de los países productores. Otra, que Estados Unidos ya afronta una situación lo suficientemente crítica en Irak como para complicarla con medidas de fuerza contra el vasto vecino iraní.

Teherán, firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear, viene manejando con maestría oriental los ritmos y los argumentos negociadores. Su política de palabras vacías y gestos mínimos le sirve para ganar tiempo, su objetivo fundamental, sin enfrentarse radicalmente a sus interlocutores ni cerrar del todo la puerta a un eventual acuerdo, puesto que sostiene que sus ambiciones nucleares se ciñen al campo civil, un derecho que nadie puede negarle. El régimen de los ayatolás, que cuenta con la simpatía de muchos países no occidentales que aspiran a sus propios programas atómicos, ha leído bien el contexto internacional y se siente seguro en su posición. Pero sabe, como Washington y la UE, que es una estrategia con fecha de caducidad.

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