Columna

Diles que no más chuleos

Aunque se percató de cómo los quince policías cercaban el edificio donde se había atrincherado, no se movió. Estaba dispuesto a resistir, sin más armas que sus derechos, que sus legítimas reivindicaciones, y con la confianza de que aquellos individuos se lo pensarían dos veces antes de asaltar la depositaría de los bienes de España, donde había buscado amparo, para protestar por tanta barbarie. El activista Hamad Hamad era consciente del peligro al que se exponía, pero en su conversación telefónica con EL PAÍS.es, declaró que no abandonaría su posición, si antes el Ejército marroquí no se reti...

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Aunque se percató de cómo los quince policías cercaban el edificio donde se había atrincherado, no se movió. Estaba dispuesto a resistir, sin más armas que sus derechos, que sus legítimas reivindicaciones, y con la confianza de que aquellos individuos se lo pensarían dos veces antes de asaltar la depositaría de los bienes de España, donde había buscado amparo, para protestar por tanta barbarie. El activista Hamad Hamad era consciente del peligro al que se exponía, pero en su conversación telefónica con EL PAÍS.es, declaró que no abandonaría su posición, si antes el Ejército marroquí no se retiraba de El Aaiún, se dejaban en libertad a los presos y detenidos saharauis, y se ponía en marcha un proceso de investigación internacional, sobre la violencia y la represión desplegadas en los territorios ocupados del Sáhara Occidental, por el furor expansionista del monarca alauita. Hamad Hamad entornó los ojos y evocó a sus compañeros y compañeras golpeados con la mayor brutalidad, por aquellas fuerzas extranjeras, el saqueo de sus casas, los encarcelamientos, la parodia de unos juicios sin garantías, las torturas y desapariciones, y la reiterada negativa a que diversas delegaciones españolas y de algún otro país pudieran informarse in situ acerca de la situación real del pueblo saharaui. Hamad Hamad escrutó los movimientos de los efectivos policiales y tuvo la certeza de que finalmente actuarían, con la arbitrariedad y el desprecio que los caracterizan. Su tiempo, pues, expiraba. Vio cómo la titular de la Cancillería española, Amparo Lastagarai, trataba de impedirlo, pero fue del todo inútil: los quince individuos de paisano la chulearon y a él lo detuvieron. Ni siquiera fuentes de la Embajada de España, en Rabat, "confirmaron a este periódico si el edificio -donde buscó refugio Hamad Hamad- goza de inmunidad diplomática". De pena. Pero, poco antes de su captura, el activista atrincherado dijo que hacía responsable al Estado español de lo que le pudiera pasar. Toma, y yo. Y yo. Y yo. Y yo. ¿Hasta dónde? Según, ¿hasta cuándo a calzón bajado?

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