Tribuna:

Innovación, productividad y empleo

Está tomando cuerpo, en los ámbitos económico y político, la necesidad de impulsar el crecimiento de nuestra economía sobre la base de mejorar su productividad, que, según los últimos datos proporcionados por la OCDE, se situó por crecimiento medio anual, en el periodo 1994-2003, en el penúltimo lugar de una larga lista de treinta países encabezada por Irlanda.

Para mejorar la productividad es esencial contar con creciente capital tecnológico -fundamentalmente, inversiones en tecnologías de la información y de las telecomunicaciones (TIC)-; un alto nivel de capital humano -habilidades y...

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Está tomando cuerpo, en los ámbitos económico y político, la necesidad de impulsar el crecimiento de nuestra economía sobre la base de mejorar su productividad, que, según los últimos datos proporcionados por la OCDE, se situó por crecimiento medio anual, en el periodo 1994-2003, en el penúltimo lugar de una larga lista de treinta países encabezada por Irlanda.

Para mejorar la productividad es esencial contar con creciente capital tecnológico -fundamentalmente, inversiones en tecnologías de la información y de las telecomunicaciones (TIC)-; un alto nivel de capital humano -habilidades y competencias profesionales-, sustentado en una adecuada educación académica y una formación profesional permanente; hacer de la innovación la razón de ser de las empresas, y, por último, pero no menos importante, disfrutar de un marco de relaciones laborales flexible y adaptativo.

"Para que la innovación pueda fructificar es necesario contar con un marco de relaciones laborales adecuado a sus circunstancias"

Según un reciente informe del Inem, "sólo el 36% de los trabajadores españoles hace su labor con las nuevas tecnologías TIC , ya que el mercado de trabajo se basa fundamentalmente en los sectores que emplean mucha mano de obra de baja cualificación". Huelga decir que la capitalización tecnológica -especialmente de las pyme- es una condición tan necesaria como urgente de abordar en nuestra economía.

Sin formación profesional actualizada el capital tecnológico sirve de poco y la productividad permanece estancada. El aprendizaje a lo largo de toda la vida se ha convertido en un instrumento esencial para el crecimiento y prosperidad de los países. A nivel de la UE actual de 25 miembros, el porcentaje de población con edades entre 25 y 64 años que participan en actividades de formación resulta ser -como media- el 9%; con Suecia a la cabeza, con un 34,2%, y España muy por debajo de la media, con apenas un 5,8%.

La innovación se ha convertido en la religión industrial del nuevo siglo; sin ella, no sólo no cabe competir con éxito, sino que las empresas difícilmente pueden sobrevivir. Pero innovar, tal y como formulara hace más de medio siglo el maestro Joseph A. Schumpeter, es un proceso de "destrucción creativa" que sólo puede abordarse con flexibilidad organizativa.

El círculo virtuoso del crecimiento económico, que además de posibilitar la creación de empleo aumenta la renta de los trabajadores, no puede disociarse de cambios y pérdidas ocasionales de empleo que terminan -en plazos cada vez más cortos- generando más empleos y mejor remunerados. Una de las consecuencias, tan lógica como positiva, de la creación schumpeteriana de riqueza es que los países que más empleo crean son los que más destruyen; siendo el saldo, obviamente, positivo.

Dentro de un marco de referencia caracterizado por la integración de España en una economía global y abierta a la libre competencia, y contando con una moneda, el euro, que no podemos devaluar a nuestro antojo, la única manera de competir es vía innovación; justamente la que hace ya mucho tiempo utilizan -y con éxito- los países con los que nos vemos obligados a competir. No existiendo modelo paradigmático alternativo alguno que pueda tomarse en consideración, debe quedar claro que para que la innovación pueda fructificar es necesario contar con un marco de relaciones laborales adecuado a sus circunstancias; una de las grandes reformas pendientes de nuestra economía.

Deberíamos mejorar el equilibrio entre seguridad y flexibilidad, atenuando la dualidad existente entre contratación temporal y definitiva, tendiendo hacia la simplificación y acercamiento entre las diferentes modalidades contractuales en vigor. Carece de sentido que las normas que regulan el empleo temporal resulten más atractivas para los empleadores que aquellas que resultan necesarias para adecuar su dimensión en función de los cambios tecnológicos asociados a la innovación empresarial. La movilidad geográfica y la contratación a tiempo parcial debieran funcionar como en los países europeos. La negociación colectiva tendría que reformarse para incorporar fórmulas más libres y realistas con la situación de las empresas, su productividad y competitividad. Los planes de formación en el seno de las empresas, históricamente postergados, no pueden esperar más tiempo para tomar el protagonismo que merecen.

Si queremos caminar por la senda de la innovación y la productividad -únicas vías de crecimiento del empleo, de los salarios reales y de la calidad de vida- no podemos quedarnos atrás: es responsabilidad de todos procurar las reformas de las relaciones laborales que hagan viable nuestras mejores y más nobles ambiciones.

Jesús Banegas Núñez es presidente de la Asociación de Empresas de Electrónica, Tecnologías de la Información y Telecomunicaciones de España (AETIC).

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