Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA

Una pasión con fondo de guerra

Dar con una gran novela de un autor estrictamente contemporáneo es cosa tan rara como verdaderamente estimulante. Eso es lo que sucede con esta Nadan dos chicos, de Jamie O'Neill, irlandés nacido en 1962 que es, sin la menor duda, un escritor fuera de serie. Sobre la novela planean tres sombras literarias irlandesas convocadas por al autor. La de Flann O'Brien (At swim two birds) aparece ya en el mismo título original: At swim two boys. La de James Joyce corre, rigurosa y libremente asimilada, por todo el libro e incluso a veces con reconocimiento explícito, como sucede en...

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Dar con una gran novela de un autor estrictamente contemporáneo es cosa tan rara como verdaderamente estimulante. Eso es lo que sucede con esta Nadan dos chicos, de Jamie O'Neill, irlandés nacido en 1962 que es, sin la menor duda, un escritor fuera de serie. Sobre la novela planean tres sombras literarias irlandesas convocadas por al autor. La de Flann O'Brien (At swim two birds) aparece ya en el mismo título original: At swim two boys. La de James Joyce corre, rigurosa y libremente asimilada, por todo el libro e incluso a veces con reconocimiento explícito, como sucede en el capítulo décimo. La de Oscar Wilde aparece como homenaje y referencia vital.

Ya desde la primera página la calidad y variedad de los recursos expresivos se manifiestan sin el menor pudor. Hay un narrador apenas perceptible que se mezcla con las voces y pensamientos de los personajes en tercera o primera persona, incluso en el mismo párrafo; hay diálogos objetivos que se entreveran como monólogos interiores; hay un notabilísimo empleo de las mezclas de tiempos sin recurrir al flash-back, pues se producen en el mismo plano narrativo sin solución de continuidad; lo mismo sucede con los tiempos verbales en la misma frase si es necesario (por ejemplo: "Pasó la página. Aquí está"); las voces son muy sonoras y definidas, tanto populares como cultas, y reflejan y diferencian personajes y actitudes, estamentos y pensamientos, con claridad y precisión; las imágenes literarias son concisas y se usan sin abuso, poseen convicción y un sugerente poder de síntesis (por ejemplo: "La nena dio un bostezo con forma de huevo mientras la puerta de la tienda se cerraba tras ella. El hogar, dijo el tintineo")... En fin, lo que corresponde a un escritor hecho y derecho y, por ello, dispuesto al riesgo.

NADAN DOS CHICOS

Jamie O'Neill

Traducción de Antonio

Rivero Taravillo

Pre-Textos. Valencia, 2005

790 páginas. 38 euros

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La novela está muy bien concebida y estructurada a pesar de su extensión. Hay dos líneas paralelas aunque de distinta importancia; la primera desciende desde el personaje Scrotes, invocado por MacMurrough, a éste y de éste a los dos chicos, Jim y Doyler. La segunda mantiene en equilibrio dramático a estos dos chicos con sus padres, Mack y Mick. Como toda gran novela contemporánea, lo que ésta narra es la historia de un movimiento de conciencia, pero es un movimiento que afecta a los dos ejes antes mencionados, es decir: es un movimiento quíntuple (son cinco personajes, dos de los cuales pertenecen a ambos ejes) que está muy bien ensamblado gracias a la estructura del relato. Pero es que, a su vez, la historia se desarrolla en un doble campo: el personal y el nacional. Estamos en 1915 y 1916 en Irlanda. Es decir, en plena Primera Guerra Mundial y, además, en los preparativos y estallido del levantamiento de los irlandeses contra el Gobierno británico, que se cumplirá al final del libro. La mirada de O'Neill trabaja desde los dos chicos y sus circunstancias personales, aunque también se ocupa cuidadosamente de trazar el resto de los caracteres principales y lo importante es que, a medida que la relación entre los dos chicos va avanzando y arrastrando con ellos a las demás individualidades de la historia, el campo social se va dejando ver cada vez más ampliamente; primero, como estampa de fondo, después como escenario complejo y, finalmente, como un gran fresco en el que los personajes no sólo no pierden nitidez sino que alimentan con su pensamiento, su conciencia y su evolución ese fresco nacional. Sólo entonces podrá introducirse el autor, sin miedo a difuminar personaje alguno, en la rebelión nacionalista irlandesa de la semana de Pascua de 1916.

La historia central es la relación homerótica de los dos chicos, contada con pausa, elegancia y verismo. O'Neill marca tres escalas: la de Scrotes, así llamado por McMurrogh, un viejo profesor oxoniense ya fallecido que inició a MacMurrogh en la homosexualidad y que representa la parte más turbia, marginal y escondida del deseo; de ahí baja a MacMurrough, condenado en Londres como Wilde y devuelto tras dos años de prisión a Irlanda, un hombre atormentado a medio camino entre la conciencia y la corrupción y, finalmente, Jim y Doyler, que, en distinto grado, poseen la inocencia del descubrimiento del amor. Esta escala vertical se cruza en muchos puntos de su extensión con los padres, la tía de Mac, la novia del hermano de Jim cuya ausencia es harto valiosa expresivamente, la impagable tía Sawney y algunos más. Incluso diría que no hay secundario que falle porque todos, aunque lo sean por un par de pinceladas, están muy bien definidos. El conjunto del cuadro es realmente impresionante.

Está también Irlanda. El catolicismo irlandés y el peso de la Iglesia católica sobre la sociedad hará muy sugestiva la lectura del libro para los lectores españoles, más especialmente para los que hayan conocido los años del nacionalcatolicismo hispano. La carga satírica de O'Neill es fuerte, pero precisamente por satírica atempera la tentación de ridiculizar y permite desplegar una realidad contundente. "Nuestra lengua materna", dice el padre Taylor, convertido en O'Táighléir por las circunstancias patrióticas, "que no puede hablar si no es para alabar a Dios" no es obstáculo para que lo irlandés vaya surgiendo de los personajes como asunto complejo y plural mientras el deseo de libertad e independencia, lineal, unívoco, se compadece con la equivocidad de las personas concretas. De resultas, la visión de Irlanda se aleja fecundamente del simplismo nacionalista sin perder un ápice de su deseo de integridad nacional. En resumidas cuentas, una novela redonda, honda, sugerente, llena de sentido, bien armada y mejor escrita cuya extensión esta vez sí que se agradece porque cuando el talento literario se extiende, uno desea que no acabe nunca.

El escritor irlandés Jamie O'Neill (1962).

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