Reportaje:

Once árboles madrileños, entre los más veteranos

Una exposición muestra en el Museo de Ciencias los decanos seleccionados por expertos entre 3.500 árboles españoles

Cinco de cada 100 árboles centenarios y singulares de España crece en el territorio de Madrid. Dentro de sus límites, en el noreste de la Comunidad madrileña, pervive uno de los ejemplares más vetustos del país, el denominado Tejo de Rascafría, al que se atribuye una edad de 1.500 años. Así lo realza la exposición Árboles, leyendas vivas, que acaba de ser inaugurada en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en la calle de José Abascal, 2. La muestra es un alegato en defensa de estos ejemplares arbóreos, que han sobrevivido a calamidades naturales, aguaceros, tormentas de nieve,...

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Cinco de cada 100 árboles centenarios y singulares de España crece en el territorio de Madrid. Dentro de sus límites, en el noreste de la Comunidad madrileña, pervive uno de los ejemplares más vetustos del país, el denominado Tejo de Rascafría, al que se atribuye una edad de 1.500 años. Así lo realza la exposición Árboles, leyendas vivas, que acaba de ser inaugurada en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en la calle de José Abascal, 2. La muestra es un alegato en defensa de estos ejemplares arbóreos, que han sobrevivido a calamidades naturales, aguaceros, tormentas de nieve, heladas, plagas y sequías, más otras inducidas por la perfidia de individuos o clanes. Para contribuir a su protección, Susana Domínguez Lerena, ingeniera forestal, y Ezequiel Martínez Rodríguez, fotógrafo, protagonizaron hace tres años una iniciativa consistente en localizar, censar, estudiar, en su caso sanar e instar a la Administración, a proteger a todos los árboles mayores de edad de España cuya veteranía los ha convertido en testigos únicos de un tiempo ido.

Al 'Tejo de Rascafría', con nueve metros de altura y un perímetro de 8,30 metros, se le atribuyen 1.500 años

Aquel impulso de Domínguez y Martínez encontró el respaldo financiero de la Fundación Biodiversidad, la compañía Repsol y la Fundación Cultural Cajamadrid. Ello permitió a ambos configurar un equipo, compuesto por una decena de especialistas entre los que figuran ingenieros forestales, de montes, biólogos, expertos en sanidad vegetal, incluso un historiador. El equipo, que ha contado además con el aval de un millar de colaboradores informativos desplegados a lo largo de toda la geografía española, ha recorrido hasta 350.000 kilómetros y, con el cotejo del III Inventario Forestal Nacional, que elabora la Administración, ha compendiado una de las relaciones más completas que quepa imaginar sobre estos árboles cuya longevidad trenza entre los hilos plateados de mil leyendas su pervivencia prodigiosa.

Así, en lo que concierne a Madrid, sólo en el ámbito rural, donde han sido seleccionados hasta 11 árboles singulares, las consejas dicen desde tiempo inmemorial que la Encina de Ambite aún da bellotas de sabor acre, como expresión de la amargura de una joven doncella que, bajo su sombra, esperó sin fortuna el retorno de su novio, caballero destacado a una lid contra el sarraceno, de la que nunca regresó. Una de las catalogaciones más reciente de las realizadas por el equipo es el denominado Alcornoque del bandolero. Se trata de un árbol que ha crecido en medio de farallones pétreos de La Pedriza, el roquedal más extenso y abrupto de la Comunidad de Madrid, no lejos de Manzanares el Real. "Se encuentra en el contorno de la Peña del Indio, pero acceder hasta él casi únicamente pueden hacerlo montañeros", explica Susana Domínguez. "Se trata de un ejemplar raro en esta latitud, cuya presencia, propia de terrenos más septentrionales, revela la sucesión de etapas de la historia vegetal influenciadas por condiciones climatológicas muy diferentes a las actuales". Del alcornoque serrano madrileño, con dos troncos de un perímetro cercano a los dos metros cada uno de ellos, que mide 11 metros de altura y 14 de copa, el decir popular local señala como refugio empleado por el bandolero Pedro Santos para perpetrar sus asaltos a punta de trabuco, contra los caminantes y peregrinos que, desavisados de su presencia, intentaban cruzar la sierra por los pasos de alta montaña que allí la surcan.

A unos 20 kilómetros de distancia, en Cercedilla, de donde el alcornoque crece, vive desde hace 202 años un pino de 20 metros de altura, cuya base se encuentra cercada por una cadena cuyos eslabones, los guardas forestales amplían cada cierto tiempo, a medida que su tronco crece. Un hombre que solía frecuentar su cercanía y cobijarse a su sombra, recibió allí noticia de la pérdida de su madre. Avisado de que el pino iba a ser talado, desplegó la cadena para evitarlo y comprar su supervivencia. La cadena lleva una inscripción en memoria de su difunta madre y hace que, por tal motivo, sea conocido como el Pino de la Cadena.

Otro de los ejemplares madrileños censados y catalogados por el equipo de Leyendas vivas es un olmo de la localidad de Nuevo Batzán, situado a la entrada del pueblo, cuyas dimensiones y porte, añoso y henchido de dignidad, permiten evocar un tiempo del que sólo él es memoria. La pureza de los cielos de Madrid, así como la finura de sus aguas y la riqueza de sus suelos, han contribuido a la germinación y despliegue de estos magníficos árboles que, pese a su silencio, siguen sonriendo cada primavera.

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Testigo de una microglaciación

De los árboles del mundo, el de más edad es el Pinus longaeva de Nevada (Estados Unidos), al que fuentes científicas atribuyen 4.844 años. La edad de una secuoya californiana ha sido fijada en 3.622.

En España, los ejemplares más longevos suelen ser dragos y olivos, lo cual no obsta para que en el palmarés de senectud vegetal figure un pino laricio de la sierra de Segura, en Jaén, al que se le asignan hasta 2.100 años.

El tejo de Rascafría, Taxus buccata, con sus nueve metros de altura y el prodigioso perímetro de 8,30 metros a la altura de 1,30 metros de su tronco, vivió la repoblación medieval de las sierras madrileñas a manos de gentes segovianas. La península Ibérica padeció en torno a 1502 y 1506 algo muy similar a una microglacia-ción. Murieron miles de ejemplares arbóreos y especies enteras, como el madroño, tan asociado a la simbología madrileña. Esta catástrofe pudo ser detectada gracias a la Dendrocronología, una ciencia que el equipo de Susana Domínguez y Ezequiel Martínez conoce y ha empleado para datar la edad de muchos de los 3.500 grandes árboles examinados y de todos los seleccionados para informar el catálogo por ellos compendiado.

Consiste en el conteo de los anillos de la pulpa de los árboles por perforación. Los anillos reflejan las estaciones anuales que el árbol ha vivido; además, sus alteraciones dan noticia fidedigna de los efectos que sobre el árbol ejercieron las sequías, plagas o desastres naturales.

Así, gracias a estas técnicas, aplicadas sobre vigas del entablamento de la iglesia de los Jerónimos, edificada entonces, pudo averiguarse la envergadura de aquella pequeña, aunque letal, glaciación.

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