Tribuna:PRESENTE Y FUTURO DE GALICIA

El cansancio de ser gallego

Ser gallego es algo muy trabajoso: hemos de subir o bajar las escaleras de tal manera que nadie sepa si subimos o bajamos, lo que nos obliga a un movimiento de danza de tipo circular hasta que nuestros observadores dejen de vernos y mirarnos. Y eso cansa. También hemos de disponer la boca de tal modo, incluso al hablar, que no pueda vérsenos la última muela. O poner cara de astucia cuando negociamos con el tendero el kilo de merluza o presidimos el consejo de administración. En general, no sabemos si somos de los nuestros, y en todo caso hay que parecer que no sabemos de dónde somos, ni de dón...

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Ser gallego es algo muy trabajoso: hemos de subir o bajar las escaleras de tal manera que nadie sepa si subimos o bajamos, lo que nos obliga a un movimiento de danza de tipo circular hasta que nuestros observadores dejen de vernos y mirarnos. Y eso cansa. También hemos de disponer la boca de tal modo, incluso al hablar, que no pueda vérsenos la última muela. O poner cara de astucia cuando negociamos con el tendero el kilo de merluza o presidimos el consejo de administración. En general, no sabemos si somos de los nuestros, y en todo caso hay que parecer que no sabemos de dónde somos, ni de dónde venimos ni a dónde vamos. Somos gallegos: un trabajo añadido sobre el ya cansado oficio de vivir.

No hay territorio más cosmopolita si la referencia es la variedad de destinos de sus habitantes

Se ha extendido la idea de que somos conservadores, pero nuestras costumbres históricas de cortejo, apareo y reproducción son muy paganas, y de ello no se salvaron ni nuestros magníficos e históricos párrocos rurales, queridos y respetados por todos, que han sido también ejemplares padres de familia, en un movimiento de avanzada sobre la razón histórica en este punto, que no acaba de concretarse. Pero la influencia administrativa de la Iglesia sobre el uso del suelo ha sido decisiva para definir un tipo de propiedad y de economía, y en consecuencia, para definir todo un sistema social alrededor de la parroquia como institución organizativa. No hay territorio más pagano en sus costumbres básicas, pero es difícil encontrar una tierra tan estructurada alrededor de las instituciones eclesiásticas. Lo de los párrocos venía a ser una forma de consenso con la realidad circundante, el mismo consenso inverso que fue el matrimonio eclesiástico y la misa dominical, que era cosa de mujeres, mientras los hombres negociaban sus cosas en el atrio.

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No hay territorio más cosmopolita si la referencia es la variedad de destinos de sus habitantes o de sus ancestros, y en la aldea más remota hay una proximidad y una memoria hacia La Habana, Buenos Aires, Nueva York, Río de Janeiro o el Lejano Oriente, que no se tiene hacia Madrid, que está lejísimos. Pero el apego a la tierra y a la naturaleza es absoluto: la saudade y la morriña pueden matar.

Y así, en este movimiento de contrarios, se van forjando los hábitos cognitivos de la más antigua natio de la Península, si hemos de creer a los romanos, gente culta e intuitiva. "Hábito cognitivo" es una forma moderada, científica y moderna de hablar de aquello tan dudoso que se llamó y llama "carácter nacional", y que dio a Julio Caro Baroja ocasión para un interesante y citado ensayo. Los hábitos mentales o cognitivos (cadenas de aprendizaje a partir de creencias básicas adquiridas en los procesos de socialización), que definen conductas, son deducibles, corroborables y analizables. Son empíricos, y sirven para diferenciar a unas personas de otras, pero también a una comunidad o a un pueblo de otro. Y entre los hábitos cognitivos basados en creencias (esquemas cognitivos, se dice en el argot científico) que tienen los gallegos, no es el menor un importante desapego a las instituciones del Estado y del Gobierno, que nada tienen que ver con las aspiraciones comunitarias de unos labriegos pegados a la tierra y a la naturaleza como parte de ellos mismos. Este anarquismo esencial deriva fácilmente en conductas conservadoras de seguidismo hacia el que manda (vía líder local o cacique: el intermediario), cualquiera que sea el que manda, una forma de evitarse problemas mayores con esos seres extraños que son los políticos, gentes ajenas a la naturaleza y a la tierra (A Terra, siempre con mayúscula). Es un conservadurismo funcional, y poco más.

Estas líneas se refieren, obviamente, a algo histórico y profundo que sigue, en cierto modo, ahí, pero menos. La Galicia contemporánea es una sociedad urbana con una importante presencia rural a su alrededor, dando como resultado una sociedad mixta en la que al obrero urbano llegó a llamársele, por los teóricos de la cirugía social, obrero "simbiótico" (trabajaba en la ciudad, pero podía vivir en el campo y también, en parte, del campo): ellos nunca supieron que les llamaban así, pero no les hubiera extrañado, porque la gente de la ciudad (más cercana a los romanos que a los celtas, digamos) siempre fue muy rara a los ojos ingenuos y desconfiados de aquellos campesinos directamente emparentados con Breogán y con los reyes suevos y sus descendientes. Los núcleos urbanos, sobre todo las villas medias, siguen recibiendo población rural, que aporta paganismo a la regulación urbana, que a su vez devuelve modernidad a los invasores rurales. Un país dividido: si Mao teorizaba sobre "el cerco de las ciudades desde el campo", en Galicia va ocurriendo lo contrario: el cerco del campo desde las ciudades. Es la vía gallega a la posmodernidad y al posfraguismo. El futuro pasa por resolver esa división real entre lo urbano y lo rural y establecer una sociedad continua, sin excesivas fragmentaciones de ese orden.

¿Hay una mentalidad gallega? El concepto de mentalidad ha sido muy usado por los historiadores, que agrupaban así diversas observaciones culturales sobre pueblos y épocas. Sobre esa misma base conceptual escribieron páginas románticas y/o científicas, pero siempre interesantes, gentes como Otero Pedrayo, Castelao, Risco y otros muchos estudiosos, como mi propio padre, Fermín Bouza Brey. Eran otros tiempos. Todos los países han generado páginas similares, unas más asentadas en la realidad, otras más difusas y legendarias: es la forma en que los pueblos se construyen como leyenda a través de sus élites culturales, la forma en que se buscan a si mismos llevados de esa angustia de la disolución que está en la base de todo nacionalismo, tanto razonable como irracional.

Hay unos hábitos cognitivos propios de Galicia, por supuesto. Y el resultado es ese gallego que, visto desde el estereotipo, ofrece un perfil complejo y contradictorio y que tiene como rasgo principal, para miradas ajenas, la ocultación de si mismo ante los demás (la escalera, la desconfianza, la última muela, la astucia), pero que ante sí mismo ofrece otra cara: la irremediable y permanente sensación de una indefinible peculiaridad que le puede traer problemas. Un problema muy empírico ya desde la escuela: su lengua debe desaparecer, todo está dispuesto para eso, y sólo su férrea voluntad de conservarla puede conseguirlo. Eso y alguna que otra discriminación positiva. Pero el panorama no es propicio. A partir de ahí, algunos elaboran una nueva idea de las relaciones de la periferia con el centro: son los más rebeldes, una minoría importante que es transversal a los partidos y que tiende a crecer. Juan Benet decía que los gallegos estaban locos (sic), y lo decía con cierta admiración, como si hubiera encontrado al fin la concreción de esa prestigiosa palabra en aquella gente extraña de Corcubión o Fisterra, auténticos restos de un mundo perdido, quizá el de alguna Atlántida oceánica que el Camino de Santiago ha hecho perdurar en sus símbolos y laberintos. Y que ahora resucita, no lo duden. Abróchense los cinturones, que vamos a votar.

Fermín Bouza es escritor y sociólogo.

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