Columna

Futuro parlamentario

Cesare Pavese se suicidó en un hotel de Turín en 1950. Poco antes había escrito sobre el destino en uno de sus libros más significativos El oficio de vivir. "Destino: es lo que sucede y todavía no se sabe que ha sucedido. Lo que parece libertad y, en cambio, se revela después paradigmático, férreo, prefijado". Si empiezo hablando del destino en una columna de comentario de lo sucedido esta semana en el Congreso de los Diputados y en el Parlamento de Gasteiz, si empiezo mentando lo férreo y prefijado, es porque la política vasca, que tiene tantos rasgos singulares, tiene también éste de ...

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Cesare Pavese se suicidó en un hotel de Turín en 1950. Poco antes había escrito sobre el destino en uno de sus libros más significativos El oficio de vivir. "Destino: es lo que sucede y todavía no se sabe que ha sucedido. Lo que parece libertad y, en cambio, se revela después paradigmático, férreo, prefijado". Si empiezo hablando del destino en una columna de comentario de lo sucedido esta semana en el Congreso de los Diputados y en el Parlamento de Gasteiz, si empiezo mentando lo férreo y prefijado, es porque la política vasca, que tiene tantos rasgos singulares, tiene también éste de (a)parecer como presa del determinismo, como encerrada en una mecánica fatal, como sometida a la lógica de lo inevitable, de ciertos inevitables. Esta sensación de fatalidad unas veces se alimenta sola, por la estricta recurrencia de algunos hechos; y otras acompañada, jaleada por mensajes, discursos, estrategias deliberadas.

Celebro la evidencia de que en Euskadi se están desmoronando ciertos mitos fatales

La biografía socio-política de la inmensa mayoría de los vascos cabe en la fórmula: dictadura más ETA. A los mayores les ha correspondido el lote completo, a los más jóvenes sólo la última parte. Pero no hemos conocido otra cosa. Tras cuarenta años de franquismo, casi treinta de terrorismo. Y si sólo consideramos las tres últimas décadas, seguimos sin haber conocido la variedad: siempre el mismo partido liderando el gobierno; y simultáneamente, el acoso terrorista, la condicionante espada de Damocles de ETA. Se entiende que con este panorama florezcan las interpretaciones fatalistas; la convicción (resignada) de que aquí las cosas no están así sino que son así; o la creencia de que hay partidos a los que les corresponde ser gobierno, en lugar de estar en el gobierno de paso, como los demás. No me seduce la idea del destino en casi nada, y aplicada a la política me resulta directamente aborrecible. Por eso celebro la evidencia de que en Euskadi se están desmoronando ciertos mitos fatales; y la rotundidad de los signos del cambio. Así, en clave antideterminista, leo las actividades parlamentarias de esta semana.

Lo que se ha visto en el debate del Congreso no es tanto, a mi juicio, una pugna entre el Partido Popular y el resto de los partidos, o entre la oposición popular y el Gobierno, como un enfrentamiento entre el pasado y el futuro. Y entre la lógica férrea y prefijada de la sospecha, y la de la confianza que es como un solar despejado para ir construyendo sobre la marcha. Un enfrentamiento entre una argumentación fatalmente quieta y la posibilidad de decidir; esto es, entre un determinismo que nos fija en la espera y un enunciado que nos pone en movimiento. Esa resolución nos coloca en una vía de libertad responsable que supone, sencillamente, que cuando se dé la realidad objetiva del cese de la violencia de ETA estaremos en condiciones de actuar, preparados para actuar. Y uso la primera persona del plural porque el que esa resolución haya sido sometida al Parlamento y aprobada por éste, coloca la decisión y la iniciativa de la paz -de "otra cosa" por fin- en la ciudadanía española; nos devuelve al libre albedrío democrático en el que votar es actuar, y provocar con el acto el hecho del cambio.

Por otro lado, el empate en el Parlamento de Gasteiz es ilustración de la pluralidad de la sociedad vasca. Pluralidad asentada en la teoría y cada vez más evidente en la práctica. El tripartito ha pasado de tener mayoría absoluta a no tenerla. A necesitar, por lo tanto, el concurso de otros para constituir hoy la Mesa del Parlamento y mañana para todo lo demás. Ese empate es reflejo de que los partidos vascos se necesitan cada vez más unos a otros para tomar las decisiones que a todos nos afectan. Estamos de nuevo ante una pugna entre el pasado y el futuro. Un futuro obviamente (llevamos nueve intentos) incompatible con prácticas y actitudes pretéritas. En mi opinión, la razón fundamental (aunque haya otras) por la que Atutxa no puede ser un candidato idóneo es que viene de atrás; es que tiene un pasado como presidente de la Cámara vasca. Un pasado que resulta, a todas luces, un escollo en estos nuevos tiempos otro-parlamentados.

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