Columna

Legitimación

Cuando se cumple un año desde la toma de posesión del nuevo Gobierno salido de las urnas del 14-M, llega la hora de hacer un primer balance de su ejecutoria hasta la fecha. Lo cual no resulta nada fácil, pues no se trata de un Gobierno normal, como los que se forman tras unas elecciones ordinarias. Dado que los comicios de hace un año se produjeron en circunstancias excepcionales, también sus resultados fueron extraordinarios, por lo que la ejecutoria del Gobierno que se formó ha de ser evaluada de forma singular con criterios de excepción. Pero claro está, lo anormal sólo puede ser considerad...

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Cuando se cumple un año desde la toma de posesión del nuevo Gobierno salido de las urnas del 14-M, llega la hora de hacer un primer balance de su ejecutoria hasta la fecha. Lo cual no resulta nada fácil, pues no se trata de un Gobierno normal, como los que se forman tras unas elecciones ordinarias. Dado que los comicios de hace un año se produjeron en circunstancias excepcionales, también sus resultados fueron extraordinarios, por lo que la ejecutoria del Gobierno que se formó ha de ser evaluada de forma singular con criterios de excepción. Pero claro está, lo anormal sólo puede ser considerado a partir de la normalidad que lo define como tal. De modo que, antes de avanzar un juicio excepcional, hay que hacer un balance normalizado.

Si empezamos por el casting, este Gobierno parece mediocre, a juzgar por los suspensos que obtienen sus miembros en las encuestas de opinión. Es verdad que perdura el efecto ZP, pues el presidente ha tenido buen cuidado de no tomar ninguna decisión para no arruinar su imagen dialogante de optimista profesional. Pero antes o después tendrá que hacerlo, pues ejercer el poder es adoptar decisiones perjudiciales. Y cuando Zapatero se moje, habrá que ver cómo sale parado. Respecto al resto del personal, su división salomónica por razón de género afecta tanto a las carteras como a los méritos y los defectos, que se reparten a partes iguales entre mujeres y hombres. En los puestos de cola se rezagan las ministras, pero a cambio la vicepresidenta marcha en cabeza como auténtica hombre fuerte del Gobierno, mientras Solbes se inhibe, Moratinos patina y Bono entretiene a la derecha.

Y en cuanto a las múltiples agendas del programa de Zapatero, el balance resulta desigual. En su "haber" destacan las medidas más efectistas o fáciles de tomar: la retirada de Irak, el matrimonio homosexual y la doble condena de la violencia de género (presentada como discriminación positiva a favor de las mujeres cuando es una discriminación negativa en contra de los hombres). Más importante, aunque menos vistoso, es el resto de su agenda civil: reforma de la ley del divorcio y regularización de los inmigrantes. En cambio, la agenda social no funciona, pues la emancipación de mujeres y jóvenes sigue bloqueada por el continuo encarecimiento de la vivienda y la persistente precariedad laboral, que perpetúan su dependencia de padres y maridos impidiéndoles ejercer su derecho a formar familia. En fin, la agenda económica se caracteriza por el continuismo del modelo Rato, desequilibrado por el monocultivo de la construcción: de ahí la creciente inflación y el estallido del déficit exterior. Por lo que respecta a las necesarias reformas de regeneración democrática, todavía nada.

Ahora bien, todas estas carencias pueden ser excusadas por las circunstancias extraordinarias en que nació este Gobierno. Si su ejecutoria parece tan improvisada y diletante no es tanto debido a su falta de preparación o profesionalidad como al hecho evidente de que su inesperada victoria les cogió desprevenidos, sin programas ni equipos capaces de gobernar. Pero la excepcionalidad del 14-M aún causó otro efecto retardado, que es la mala conciencia del Gobierno por cómo nació. El resultado electoral no fue una victoria de Zapatero sino una derrota de Aznar, derribado del poder por un merecido voto de castigo. Pero esto significa que Zapatero venció no por mérito propio, sino como único modo de echar a Aznar. Por tanto, aunque su victoria electoral sea indiscutible, sin embargo su derecho a gobernar está oscurecido por una suerte de pecado original. Zapatero padece un déficit de legitimidad de origen que sólo podrá ser compensado por un superávit de legitimidad de ejercicio. Así le pasó al presidente Bush cuando venció en el 2000 en dudosas circunstancias, lo que pudo compensar al ser reelegido en el 2004 de forma convincente. Y eso es lo que tendrá que hacer Zapatero: buscar la reelección en el 2008 con una mayoría indiscutible, a fin de legitimar retrospectivamente su cuestionada llegada al poder. Y hasta ahora, mantiene sus expectativas.

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