Columna

La chuleta

Cualquier gobierno merece, a veces, ser atacado duramente en el Parlamento, pero muy pocos políticos en la historia han conseguido hacer del insulto un arte. Resulta patético ver a Mariano Rajoy, jefe de la oposición, de pie en su escaño dirigiendo al gobierno unos improperios escritos en una chuleta, a la que dirige miradas furtivas para recordar las frases desaforadas y los adjetivos hirientes que trae subrayados de casa. Después de leerlos por el rabillo del ojo, Rajoy se lleva estos agravios congelados a la boca y una vez bien ensalivados los lanza con una cólera impostada , receloso y dub...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Cualquier gobierno merece, a veces, ser atacado duramente en el Parlamento, pero muy pocos políticos en la historia han conseguido hacer del insulto un arte. Resulta patético ver a Mariano Rajoy, jefe de la oposición, de pie en su escaño dirigiendo al gobierno unos improperios escritos en una chuleta, a la que dirige miradas furtivas para recordar las frases desaforadas y los adjetivos hirientes que trae subrayados de casa. Después de leerlos por el rabillo del ojo, Rajoy se lleva estos agravios congelados a la boca y una vez bien ensalivados los lanza con una cólera impostada , receloso y dubitativo, como un alumno de Aznar que ha copiado en el examen. Este político es simpático, no tiene mal vino, en una pelea de taberna no sería nadie , no sabría qué hacer con la navaja que le prestó su compinche ; en cambio, reinaría absolutamente en una merienda de palominos con chocolate rodeado de canónigos galdosianos. El exabrupto deber ser espontáneo, nunca premeditado, a ser posible acompañado de humor corrosivo o de inteligente ironía, de lo contrario no vale. Ahora acaba de revelarse un nuevo pollastre de corral, el senador Ignacio Cosidó del Partido Popular, quien en un alarde de exhibicionismo matón ha excretado sus tripas sobre la cabeza de Peces- Barba, comisionado para las víctimas del terrorismo. Lo deprimente no es que este parlamentario haya insultado fuera de toda mediada a un hombre honorable, sino que se ha visto obligado a leer de soslayo esos insultos en una chuleta que, al parecer, venía con la etiqueta de fábrica. Si en cualquier pelea los insultos y navajazos son improvisados, ese arrebato siempre puede aceptarse como un atenuante, pero traerlos al Parlamento fríos en la cartera supone una mala baba muy pueril, que provoca el mismo asombro que causaría un jugador de póquer que se sacara del bolsillo media cuartilla llena de injurias para leérselas a que acaba de limpiarle el resto. En las Cortes de la República estaba prohibido leer los discursos. Sólo así se podía estar seguro de que el diputado hablaba por si mismo y no a través de un escrito redactado por su jefe de filas. En el Parlamento actual cualquier diputado se amarra al mazo de folios y no levanta las cabeza más que para abrevar. Aun así la política española se ha llenado de una agresividad salvaje, leída en chuletas de mano. Al final, sólo queda una pregunta:¿quién les ha prestado a estos políticos de la derecha esa navaja caliente, si unos no la desean y otros no saben manejarla?

Sobre la firma

Archivado En