Crítica:

Las miradas sobre el Vaticano

Giancarlo Zizola (1936) es, junto con Juan Arias, uno de los mejores vaticanistas que, durante cuatro décadas, viene cubriendo la información sobre la Iglesia católica, y muy especialmente sobre el Vaticano, sobre la pequeña y la alta política vaticana. Información acompañada de sólidos análisis políticos y teológicos sobre la significación del catolicismo en medio de las profundas transformaciones históricas. Recuerdo todavía de mi época de estudiante de filosofía y de teología sus crónicas del Concilio Vaticano II (1962-1965), ejemplo de objetividad informativa, rigor expositivo y agudeza pe...

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Giancarlo Zizola (1936) es, junto con Juan Arias, uno de los mejores vaticanistas que, durante cuatro décadas, viene cubriendo la información sobre la Iglesia católica, y muy especialmente sobre el Vaticano, sobre la pequeña y la alta política vaticana. Información acompañada de sólidos análisis políticos y teológicos sobre la significación del catolicismo en medio de las profundas transformaciones históricas. Recuerdo todavía de mi época de estudiante de filosofía y de teología sus crónicas del Concilio Vaticano II (1962-1965), ejemplo de objetividad informativa, rigor expositivo y agudeza periodística. Biógrafo del papa Juan XXIII, no se queda en el tópico del "Papa bueno" o del "Papa sólo religioso", sino que vincula estas facetas con la actividad reformadora, más aún, revolucionaria, que desplegó durante su breve pero intenso pontificado (1958- 1963). Dos libros dejan constancia de ello: La utopía del papa Juan (1973) y Juan XXIII. La fe y la política (1988).

LA OTRA CARA DE WOJTYLA

Giancarlo Zizola

Traducción de Antonio Duato

Tirant Lo Blanch. Valencia, 2005 558 páginas. 22 euros

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Es un profundo conocedor

del primer Papa eslavo de la historia, Karl Wojtyla. A los seis años de su pontificado escribió La restauración del papa Wojtyla (1985), donde hacía un análisis del principal ideólogo de la actual restauración, el cardenal Ratzinger, bajo el doble signo del pesimismo agustiniano y del espíritu maniqueo, y exponía las características peculiares del modelo polaco de restauración, experiencia periférica que encarna un modelo de cristiandad considerado ejemplar y que Juan Pablo II convertía en paradigma para la Iglesia universal.

La otra cara de Wojtyla es, en cierta medida, continuación de la obra escrita hace veinte años. Se abre con un prólogo a la edición castellana que titula "una Iglesia estática en un mar movido" y se sitúa de forma deliberada en el horizonte del próximo cónclave con la pretensión de intervenir en el debate sobre la elección del sucesor de Juan Pablo II. Los análisis de Zizola no se centran de manera prioritaria en los papables, aunque también se ocupa de ellos, sino en los problemas con los que tiene que enfrentarse la Iglesia católica tras uno de los pontificados más largos de la historia del cristianismo; como tampoco se polariza sobre la herencia de Wojtyla o los asuntos curiales, sino sobre el papel que la Iglesia haya de jugar en la sociedad, tras constatar que las certezas de la cristiandad no cuentan ya con la protección del pasado y que hay que vivir la fe a la intemperie, sin las condiciones de plausibilidad de antaño.

En su acercamiento a Wojtyla, Zizola huye por igual del paradigma hagiográfico como de la aproximación crítica guiada por prejuicios, ya que ambas caen en la simplificación y en el inmediatismo político. Opera, más bien, con una lectura hermenéutica del actual pontificado en una perspectiva de medio y largo plazo. Se pregunta por las contradicciones del actual pontificado y se acerca a la compleja figura de Juan Pablo II con sus luces y sus sombras.

Emerge así el Papa del diálogo interreligioso, pero atrapado todavía en el paradigma exclusivista del "fuera de la Iglesia no hay salvación"; el primer Papa de la historia que ha pedido perdón más de cien veces por los errores cometidos por la Iglesia católica, pero hipotecado por el dogma de la infalibilidad aún no derogado; el Papa que ha rehabilitado a los "herejes" del pasado, pero ha condenado a cientos de teólogas y teólogos acusados de herejía y heterodoxia; el defensor de la inculturación del cristianismo, pero dependiente de las categorías teológicas grecorromanas; el crítico de la guerra y el defensor de la paz, pero atrapado en las discusiones sobre la "guerra justa"; el Papa que anunció una reforma de la Iglesia en la línea del Vaticano II en la carta Novo Millennio ineunte (2001), pero sin poner en práctica la descentralización, ni la colegialidad de los obispos en el gobierno de la Iglesia universal, ni la pobreza de la Iglesia; el Papa viajero, carismático, popular, pero defensor de una Iglesia casi en formación militar; el prototipo de papa como "hombre de Estado, diplomático, sabio, organizador de la vida colectiva", que Juan XXIII quiso evitar.

Creo que las sombras del

pontificado como la uniformidad en el gobierno de la Iglesia católica, el rigorismo en la moral sexual, la oposición al sacerdocio de la mujer y al celibato opcional de los sacerdotes, el rechazo de la homosexualidad, la condena de la teología de la liberación y la contradicción que puede entrañar el uso sistemático de los medios de comunicación para condenar las nuevas esclavitudes de nuestro tiempo, se entienden mejor si se colocan en la perspectiva de la lucha personal e institucional de Wojtyla contra la modernidad. Cuenta Zizola que durante la celebración del sínodo sobre la familia, en 1980, el Papa perdió la paciencia mientras hablaba con los cardenales alemanes, a quienes les dijo: "Demasiados hablan de replantearse la ley del celibato eclesiástico. Hay que hacerles callar de una vez". También el cardenal José Bueno Monreal, arzobispo de Sevilla, osó dirigirse al Papa en estos términos: "Santidad, mi conciencia de obispo me impone hacerle presente que existen problemas como los del celibato, la escasez del clero y la cantidad de sacerdotes que siguen esperando la dispensa de Roma". La respuesta del Papa habría sido: "Y mi conciencia de Papa me impone echar a su eminencia de mi despacho". Días después Bueno Monreal sufrió un infarto y le fue aceptada la dimisión.

¿Qué Papa para el futuro?,

se pregunta Zizola: "¿Un restaurador, un político, un clon fabricado en las probetas del Opus Dei y de los otros clanes de los wojtylianos?, ¿o un reformador y un profeta?". Constata la internacionalización del colegio cardenalicio durante este pontificado, con una importante presencia del Tercer Mundo o de la Tercera Iglesia, pero dejando claro que el internacionalismo y el tercermundismo no son hoy prueba de reforma, ya que la mayoría de los cardenales ha sido elegida por Wojtyla. Hace un recorrido por algunos de los papables de las distintas tendencias eclesiales, recordando, eso sí, el certero adagio romano "quien entra Papa en el cónclave, sale cardenal". Las preferencias de los reformistas se inclinan por el cardenal Carlo María Martini (1927), arzobispo dimisionario de Milán, y por el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga (1942), arzobispo de Tegucigalpa (Honduras). Ahora bien, el voto no puede ser sobre un nombre, afirma Zizola, sino sobre una teología, o mejor sobre otra teología, la teología de lo desechado, del silencio y de la impotencia de Dios, frente a la religión utilitaria, que recurre a Dios como cubreagujeros de los fracasos o límites del ser humano, y frente a la milagrería mágica.

Cuando este pontificado toca a su fin, habría que recordar lo que escribiera el filósofo trentino Antonio Rosmini en su carta a Nicolo Tommasio, el 17 de octubre de 1932: "Precisamente cuando parece que la Iglesia se ha convertido en el árbitro de los destinos humanos, es cuando se ha vuelto impotente: es el David sofocado bajo la armadura de Saúl, es el tiempo de su decadencia".

Juan Pablo II, Karol Wojtyla (Polonia, 1920), en una audiencia en el salón Pablo VI en 2003.REUTERS

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