Editorial:

Ávida China

La poderosa economía china, hoy muy poco marxista, ha ejecutado otro de esos movimientos audaces y espectaculares que tanta admiración e inquietud provocan en los países occidentales. Ha desplegado casi por sorpresa un ambicioso plan de inversiones en América Latina, detallado en la gira del presidente Hu Jintao por Argentina, Brasil, Chile y Cuba, que de forma casi inmediata suma más de 20.000 millones de euros. No hay demasiadas dudas sobre los objetivos del plan. China necesita garantizarse el suministro de materias primas -hierro, níquel, aluminio o petróleo- y considera, con razón, que la...

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La poderosa economía china, hoy muy poco marxista, ha ejecutado otro de esos movimientos audaces y espectaculares que tanta admiración e inquietud provocan en los países occidentales. Ha desplegado casi por sorpresa un ambicioso plan de inversiones en América Latina, detallado en la gira del presidente Hu Jintao por Argentina, Brasil, Chile y Cuba, que de forma casi inmediata suma más de 20.000 millones de euros. No hay demasiadas dudas sobre los objetivos del plan. China necesita garantizarse el suministro de materias primas -hierro, níquel, aluminio o petróleo- y considera, con razón, que la oferta de ellas en los mercados mundiales es inelástica a corto plazo. Antes que provocar con su avidez de materias primas una subida de los precios internacionales, que perjudicaría su crecimiento por el exceso de coste de sus importaciones, los estrategas chinos han preferido invertir en empresas que dispongan de los suministros que necesitan y ofrecer a cambio inversiones en infraestructuras en los países latinoamericanos.

La ideología pesa muy poco en este despliegue inversor sobre el Cono Sur. China es hoy una economía dual en más de un sentido. Unos doce millones de habitantes del país del dragón cuentan con un patrimonio superior al millón de euros y otros 50.000 se consideran multimillonarios. El resto, bastante más de mil millones, vive todavía en el difícil tránsito de las economías con mayoría de actividad agrícola hacia las de servicios, tipo occidental o Japón. Los salarios siguen siendo los de una sociedad en vías de desarrollo. Pero, al mismo tiempo, por el fuerte impulso del capitalismo desigual y controlado impuesto por el Partido Comunista Chino, la economía crece a un ritmo vertiginoso. A tasas permanentes del 8% o 9% anual, China duplica su PIB prácticamente cada seis años y actúa como un colosal aspirador. Absorbe, por ejemplo, el 30% del aumento anual de las exportaciones de petróleo.

Por tanto, los intentos chinos de garantizarse contratos y suministros en América Latina -favorecidos por la otra dualidad, la política, que permite esgrimir la cara capitalista o socialista según convenga- constituyen una solución lógica y poco amenazadora para el resto de los países inversores en la zona. Si la inversión china se mantiene a largo plazo -Hu Jintao sugirió que podrían alcanzarse hasta los 77.000 millones de euros en los próximos 10 años-, puede operar como una ayuda importante al desarrollo real y rápido en Argentina o Brasil.

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