Reportaje:LA INMIGRACIÓN POR DISTRITOS | Villa de Vallecas

Sobrevivir en tierra de nadie

En la Cañada Real Galiana viven miles de personas en la más absoluta marginación; entre ellas, muchos inmigrantes

Es la ciudad fantasma de Madrid, la tierra de nadie. Allí viven aquellos que no aparecen en las estadísticas y por los que ninguna administración parece sentirse responsable. La Cañada Real Galiana, una vía pecuaria protegida donde la ley prohíbe edificar, es, desde hace 40 años, el hogar de aproximadamente 40.000 personas. Hoy muchas de ellas son inmigrantes que no tienen otro lugar para encontrar su techo. Vienen de Marruecos, Rumania, Bulgaria e, incluso, del cercano Portugal.

Toda la cañada, unos 15 kilómetros desde Valdemingómez hasta Coslada, pasando por el distrito de Villa de Va...

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Es la ciudad fantasma de Madrid, la tierra de nadie. Allí viven aquellos que no aparecen en las estadísticas y por los que ninguna administración parece sentirse responsable. La Cañada Real Galiana, una vía pecuaria protegida donde la ley prohíbe edificar, es, desde hace 40 años, el hogar de aproximadamente 40.000 personas. Hoy muchas de ellas son inmigrantes que no tienen otro lugar para encontrar su techo. Vienen de Marruecos, Rumania, Bulgaria e, incluso, del cercano Portugal.

Toda la cañada, unos 15 kilómetros desde Valdemingómez hasta Coslada, pasando por el distrito de Villa de Vallecas, es una interminable fila de casas bajas construidas por sus propios dueños. Las hay de todas clases: desde chalés, con sistema de alarma antirrobo y antena parabólica incluidos, hasta pequeñas chabolas hechas con todo tipo de materiales. Pero hay quien vive en peores condiciones.

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Manuela tiene 28 años y es portuguesa de etnia gitana. Hace un año que se mudó a la Cañada Real, a un pequeño poblado donde malviven otras cuatro familias cerca de Valdemingómez.

Primero vivió de okupa en "un estudio en Villaverde" y luego en una chabola en el poblado de las Barranquillas. Ahora su hogar es una caravana y sus únicos ingresos son los 300 euros mensuales que le dan en concepto de renta mínima de inserción (Remi). Tiene dos hijos, una niña de dos años y un chico de nueve, con los que convive en un espacio de poco más de ocho metros de largo y dos de ancho, donde duermen, comen, se lavan y, cuando llueve o hace frío, pasan el día. "No podemos irnos a otro sitio es el único lugar donde nos dejan instalar nuestra casa", afirma Manuela. Pero "es mejor que nada, al menos tenemos un techo encima", insiste optimista.

La vida en la Cañada Real "es difícil". No sólo porque el hedor de la cercana incineradora de Valdemingómez y el polvo lo envuelven todo. Las comodidades consideradas indispensables sólo existen de forma precaria: "Tenemos que pinchar la luz y el agua, y para lavarnos, calentamos el agua en una olla todas las mañanas y nos lavamos por trozos". "Cuando nos quitan la luz pasamos mucho frío", se lamenta. "Es mucho peor el invierno, porque cuando hiela por las noches es imposible dormir".

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Pero no es sólo el frío y el barro. En esta zona tan remota y olvidada en los límites de Madrid el transporte público brilla por su ausencia, al igual que las tiendas, los médicos o los colegios. "Sólo hay un autobús, que para lejos de aquí y pasa pocas veces al día", cuenta Manuela, que tiene que calcular "muy bien" lo que necesita cuando va a la compra. "Si se te olvida la sal, simplemente no puedes comprarla en ningún sitio", cuenta.

También hay momentos dramáticos. Más de una vez, Manuela ha tenido que llevar a su hija a urgencias en plena noche, "y es muy difícil, porque el último autobús pasa a las 12 de la noche". "He llorado de impotencia porque no he podido hacer nada mientras mi hija no paraba de llorar", asegura esta madre.

La Cañada Real es también un lugar peligroso. Manuela está "muy preocupada" por su hijo mayor. "Nació y se crió en un sitio normal, cuando vivíamos en Villaverde, y no conocía los peligros que ve ahora", dice. Aunque el niño va a la escuela -"todos los días lo recoge un autobús y va al colegio en Villa de Vallecas"-, su madre se ha dado cuenta de que "aquí se está volviendo cada vez más gamberro". "Hace lo que quiere, se va con otros niños al campo y no sé a qué juega", cuenta. A Manuela le preocupa que juegue a pocos metros de la carretera, donde todos los días filas interminables de camiones de recogida de basura van y vienen a toda velocidad a Valdemingómez, lo que ya ha provocado más de un atropello.

Pero ésta no es la única amenaza para su hijo. "La droga de las Barranquillas está llegando a la Cañada", afirma Manuela, quien relata que cuando vivió allí veía a niños de 12 años enganchados.

"Con los yonquis aquí ya no se podrá vivir", augura la mujer. Cuando esto pase, "en poco tiempo", Manuela no sabe dónde instalará su caravana. Ella sólo espera conseguir un techo. "Qué más quisiera que tener un piso en alquiler, pero eso cuesta un dinero que yo no tengo", suspira.

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