IDA Y VUELTA

Papel de periódico

Un buen amigo de toda la vida se encuentra entre los más de 21.000 multados este año en Barcelona por conducir y hablar por el móvil al mismo tiempo. Lo raro no es que le multaran (es más, se lo merecía, desde aquí le mando un abrazo), lo raro es que ante el guardia urbano esgrimió un extraño argumento atenuante. "Pero es que estaba hablando en un tono muy bajo", dijo. El guardia le miró con una cierta fijeza y luego decidió entrar en el juego: "¿Y si estaba usted hablando con mi mujer? En ese caso, el tono intimista aumentaría enormemente la gravedad de su infracción".

Fue mi propio am...

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Un buen amigo de toda la vida se encuentra entre los más de 21.000 multados este año en Barcelona por conducir y hablar por el móvil al mismo tiempo. Lo raro no es que le multaran (es más, se lo merecía, desde aquí le mando un abrazo), lo raro es que ante el guardia urbano esgrimió un extraño argumento atenuante. "Pero es que estaba hablando en un tono muy bajo", dijo. El guardia le miró con una cierta fijeza y luego decidió entrar en el juego: "¿Y si estaba usted hablando con mi mujer? En ese caso, el tono intimista aumentaría enormemente la gravedad de su infracción".

Fue mi propio amigo el que me contó esta historia. Me la contó y nos reímos, y poco después comenzamos a hablar de si se pueden hacer dos cosas al mismo tiempo y de paso nos preguntamos si se pueden querer dos mujeres a la vez, y fuimos a parar a Goethe, que, en los últimos minutos de su vida, quiso que su mujer entrara en la cama. Buscaba dos actividades al mismo tiempo. Las de siempre. El amor y la muerte. "¡Mujercita, mujercita, dame tu querida patita!", le dijo.

También hablamos de todos aquellos que hacen tres cosas a la vez. Besar, conducir y hablar por el móvil, por ejemplo. Y entonces, de pronto, mi amigo me habló de su manía de atiborrarse de prensa, radio y televisión, todo al mismo tiempo, a la hora del almuerzo. Según me dijo, a veces su cuerpo, con esta actividad triple, se enmaraña de tal forma que acaba recordando a Stan Laurel en aquella secuencia en la que, en un ensueño bobo, confunde la mano de Oliver Hardy con una de las suyas y entra en un gigantesco embrollo al tener que elegir entre su mano y la de un gordo.

"Por eso creo que es una suerte tener dos ojos, dos manos, tener más de un guante...", empezó a decirme, pero ya no siguió, supongo que al darse cuenta de que estaba usurpando su personalidad ese idiota babeante que todos llevamos dentro y que en momentos de descuido nos hace decir tonterías. Pero quise que supiera que no iba tan desencaminado y que precisamente yo encontraba absurdo, por ejemplo, que tengamos que ser de un solo país pudiendo ser de dos, siete, diez al mismo tiempo. Y le hablé de mis dos manos y de mis dos guantes, y luego del escritor Antonio Tabucchi, que es italiano pero ahora tiene al mismo tiempo la nacionalidad portuguesa, y finalmente del misterioso escritor B. Traven, que tenía 12 nacionalidades diferentes y ningún equipo de hockey.

Todo eso le dije a mi amigo y también que no tenía por qué avergonzarse de su fiebre de información. También yo, todos los días, me enmaraño escuchando obsesivamente las noticias de Catalunya Ràdio al tiempo que hago zapping con varios telediarios y voy leyendo los tres periódicos que siempre compro. Creo que, si pudiera, comería sólo papel de periódico. Es más, creo que, si pudiera, memorizaría todo lo que oigo en Catalunya Ràdio y todo lo que veo (repetido hasta la saciedad y sabiendo que me ocultan las verdaderas noticias) en los diversos informativos de televisión. Es más, hay días en que no tengo suficiente y, en medio de mi triple actividad a dos manos, busco en mí un tercer guante de una tercera mano que me permita entrar en Internet y hallar esa última noticia que 10 segundos después ya comenzarán a dar en la radio y en la televisión, no así en las viejas prensas de los elegantes periódicos del día, que en esos momentos se convierten para mí (tal vez porque se permiten el lujo de llegar unas horas tarde) en lo más parecido que hay a esos conductores prudentes y de la vieja escuela que no están dispuestos a hablar por el móvil.

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