Columna

Colapso en las islas

La reciente aprobación del Partido Popular, por mayoría, del nuevo Plan Territorial de Ibiza y Formentera es un paso atrás en la gestión del territorio y el medio ambiente. Dilapidando el trabajo de los últimos cuatro años en las islas Baleares, en los que se habían dictado moratorias sobre ámbitos de interés natural, aprobado medidas cautelares y preparado planes de protección de centros históricos, ahora se va a permitir urbanizar terrenos rurales, litorales y de monte que habían sido protegidos por el Parlamento balear y por la izquierda en el Consejo Ibicenco.

En la gestión de la cr...

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La reciente aprobación del Partido Popular, por mayoría, del nuevo Plan Territorial de Ibiza y Formentera es un paso atrás en la gestión del territorio y el medio ambiente. Dilapidando el trabajo de los últimos cuatro años en las islas Baleares, en los que se habían dictado moratorias sobre ámbitos de interés natural, aprobado medidas cautelares y preparado planes de protección de centros históricos, ahora se va a permitir urbanizar terrenos rurales, litorales y de monte que habían sido protegidos por el Parlamento balear y por la izquierda en el Consejo Ibicenco.

En la gestión de la crisis del sector turístico y del agotamiento de los recursos naturales es absurdo volver a los mecanismos especulativos anteriores, a la barbarie urbanística del negocio desaforado de promotores inmobiliarios y hoteleros. La ecotasa era una idea avanzada: pagar un euro por día y turista para invertir en la regeneración del medio, muy poca cuantía comparado con los siete euros que cuesta al día alquilar en la playa una hamaca o los cinco de una sombrilla. La ecotasa fue derogada por el Partido Popular en el año 2003, con el aplauso de los hoteleros que le atribuían todos los males, pero en 2004 el turismo ha seguido yendo a la baja y se ha perdido un inicio de intento de protección del medio ambiente.

En la gestión del turismo y de los recursos naturales es absurdo volver a la vieja especulación

Es evidente que cualquier incremento de la urbanización tiene enormes servidumbres en infraestructuras, accesibilidad, servicios, almacenaje, suministros de energía y generación de residuos; aumenta la huella ecológica y la destrucción del paisaje para un uso que sólo llega al 100% escasamente durante unos meses.

Es cierto que más allá de los abusos y los problemas, cada isla ha sido capaz de irse reequilibrando.

Mallorca, a pesar de la construcción total de su costa sur y pese a la amenaza del control del suelo, del mercado inmobiliario y, a la larga, del control social por parte de los propietarios alemanes, mantiene su gran diversidad en el interior y en el norte, y plantea ahora la posible reconversión en viviendas de las infraestructuras hoteleras obsoletas, entre 10.000 y 50.000 camas.

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Menorca mantiene su estructura territorial agraria y sus especiales cualidades paisajistas y costeras al precio de haber sacrificado las áreas más cercanas a Mahón y Ciutadella y de haber creado auténticos puntos de colapso, como la terminal marítima en el pequeño puerto de esta última población.

Posiblemente el caso más límite sea el de Ibiza, la isla más urbanizada, con un entorno cada vez más amenazado, en una situación que podría calificarse de irreversible. Como en el caso de Ibiza, en Formentera se han desestimado los últimos planes de protección de los pequeños centros históricos, anulando así años de trabajo de un equipo que valoraba tanto la tradición como la modernidad, a partir de una visión culta y cuidadosa. Con ello se da luz verde a la construcción, sin tener en cuenta las características propias de cada lugar y tirando por la borda un trabajo valiosísimo.

Formentera, la más pequeña de las islas Pitiusas, la más frágil, no debiera seguir el ejemplo de Ibiza. Hay que encontrar los mecanismos necesarios para ofrecer un turismo equilibrado, acorde con su escala. Además de la demanda turística, durante los meses de verano sufre una verdadera invasión sin límites, incrementada año tras año, que comporta un deterioro integral de la isla. Para defenderla de este progresivo desgaste, manteniendo sus cualidades paisajísticas y del litoral, es necesario conformar unas normas proteccionistas, para que no acabe perdiendo su atractivo turístico.

La arquitectura popular de Ibiza y Formentera había tenido el valor proteico de ser modelo de inspiración del arte de vanguardia: las arquitecturas del GATCPAC, las fotografías de Raoul Hausmann, las obras de Erwin Bronner, etcétera; pero ahora el entorno de este patrimonio arquitectónico y paisajístico está cada vez más amenazado y transformado.

¿Es utópico pensar que en unas islas donde el más importante recurso de desarrollo está enfocado hacia el turismo, donde el uso y abuso del sol es la meta de sus visitantes, pueda darse una voluntad política basada en el conocido aviso en la llegada de los barcos al puerto: marcha moderada, plazas limitadas?

Los catalanes no podemos dar lecciones a nadie sobre gestión turística del territorio después de haber sacrificado gran parte de la costa para situar hoteles y segundas residencias, y de haber convertido ciudades como Lloret de Mar o Barcelona en auténticos vertederos de las franjas del peor turismo europeo. Pero las islas tienen este carácter especial de paraíso perdido, de reserva de naturaleza, de acumulación de memoria, de pequeño universo frágil. Por ello horroriza ver que continúa una retrógrada época de especulación inmobiliaria; que algunos quieren vender a precio de saldo esta reserva de la biosfera en forma de preciosas islas; que sigue prevaleciendo el negocio de unos pocos operadores que buscan una rentabilidad rápida, sin la menor responsabilidad sobre el medio en el que actúan, y que sigue predominando un tipo de turismo, el más obsoleto y el más masivo, el que viene a hacer en verano lo que las leyes de sus países prohíben durante todo el año.

Ante la necesaria reestructuración de la industria turística, en crisis, es necesario elegir el mejor turismo que nos visita y aumentar su presencia. Y lo peor que se puede hacer es seguir impulsando el obsoleto y equivocado modelo del turismo especulativo y de masas.

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