Un sargento de EE UU declara que tenía órdenes de torturar a los presos en Irak

Los mandos de los servicios secretos del Ejército de Estados Unidos alababan el trabajo de los guardianes y las torturas en la cárcel de Abu Ghraib en Irak. "No ponían límites. Se trataba de conseguir resultados y no les interesaba cómo", declaró al semanario alemán Der Spiegel el sargento mayor Ivan Frederick, de 37 años, uno de los militares procesados por los malos tratos a los presos.

Frederick, que en la vida civil ejercía de carcelero, declara que el primer día que llegó a Abu Ghraib y se encontró con aquella situación preguntó a un sargento militar por qué se trataba así a...

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Los mandos de los servicios secretos del Ejército de Estados Unidos alababan el trabajo de los guardianes y las torturas en la cárcel de Abu Ghraib en Irak. "No ponían límites. Se trataba de conseguir resultados y no les interesaba cómo", declaró al semanario alemán Der Spiegel el sargento mayor Ivan Frederick, de 37 años, uno de los militares procesados por los malos tratos a los presos.

Frederick, que en la vida civil ejercía de carcelero, declara que el primer día que llegó a Abu Ghraib y se encontró con aquella situación preguntó a un sargento militar por qué se trataba así a los presos y recibió como respuesta: "Es cosa de los servicios secretos. Aquí no nos ocupamos mucho de ellos. Si no cooperan, los liquidamos". En un momento de la entrevista, Frederick rompe a llorar al explicar que el método era humillar a los presos: "Yo quería sólo humillarlos y les hice que se masturbaran. Yo no quería cometer ningún delito, sólo quería humillarlos, pero yo soy culpable".

A la pregunta de si recibían órdenes de torturar o la situación se les escapó de las manos, Frederick responde: "Las dos cosas. Ellos nos decían: echad los perros contra los presos, intentad conseguir más información, quitadles la comida, desnudadlos, humilladlos".

La cárcel, según Frederick, era un caos: "Nada más llegar me di cuenta de que era una pesadilla. Porquería por todas partes, las letrinas no funcionaban y apestaba. La comida era espantosa. El pollo no estaba mal cocido, sino crudo. Trabajábamos 12 horas diarias, siete días a la semana y teníamos cinco soldados para 5.000 presos. No había forma de relajarse. La moral era pésima".

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