Análisis:

El amigo saudí

Una de las grandes cuestiones que se debatían ayer en los pasillos del Hotel Fenicia Intercontinental de Beirut, donde los representantes de la OPEP se reunieron, era cuánta presión había habido por parte de EE UU para que la organización incrementara su producción y cuánto empeño había puesto Arabia Saudí para complacer a Washington. Probablemente, nunca se sabrá lo que hicieron ambas partes para que la cumbre en la capital libanesa terminase como terminó, pero, a juzgar por el resultado, los saudíes se esforzaron lo justo, más pensando en lo que les conviene que en lo que beneficia a Washing...

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Una de las grandes cuestiones que se debatían ayer en los pasillos del Hotel Fenicia Intercontinental de Beirut, donde los representantes de la OPEP se reunieron, era cuánta presión había habido por parte de EE UU para que la organización incrementara su producción y cuánto empeño había puesto Arabia Saudí para complacer a Washington. Probablemente, nunca se sabrá lo que hicieron ambas partes para que la cumbre en la capital libanesa terminase como terminó, pero, a juzgar por el resultado, los saudíes se esforzaron lo justo, más pensando en lo que les conviene que en lo que beneficia a Washington.

El periodista Bob Woodward alega en su libro Plan de ataque, publicado hace unos meses, que Riad había prometido a la Administración de George Bush que mantendría los precios del crudo bajos para no torpedear la campaña electoral de cara a las presidenciales de noviembre. El Gobierno saudí, tanto en boca de su embajador en Washington, Bandar bin Sultán, como del ministro del Petróleo del reino, Alí al Naimi, negó rotundamente las informaciones del hombre que destapó el caso Watergate en el diario The Washington Post. Algunos analistas pensaron que si el pacto realmente existe, había surgido en parte por la necesidad del príncipe heredero, Abdulá, de reforzar su alianza con EE UU. Después de todo, 15 de los 19 terroristas que perpetraron los atentados del 11-S eran saudíes.

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El pasado 6 de mayo, durante una visita del ministro de Energía argelino, Chakib Khelil, a Washington, su homólogo estadounidense, Spencer Abraham, fue el encargado de transmitir la preocupación de la Casa Blanca por la escalada de los precios del crudo y, sobre todo, porque unos meses antes, en marzo, la organización había seguido adelante con un recorte de un millón de barriles a pesar del incremento de la cotización. El grueso de ese recorte lo hizo Arabia Saudí para evitar un desplome de precios en el segundo trimestre, el periodo de menor demanda.

Alianza con EE UU

No obstante, el 21 de mayo, justo antes de comenzara un foro energético entre consumidores y productores en Amsterdam, Abraham insistió en la necesidad de que la OPEP aumentase su extracción. Ese mismo día, el ministro saudí informó de que propondría un aumento de la producción de al menos dos millones de barriles para que fuese aprobado en Beirut. Para entonces los terroristas ya habían asesinado a seis trabajadores extranjeros de la empresa sueco-helvética ABB en el puerto petrolífero de Yanbu, en el mar Rojo, y muchos expertos asociaron el anuncio a una nueva alianza con EE UU para incrementar la seguridad y la lucha contra el terrorismo.

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