Editorial:

Irak tiene presidente

Irak tiene desde ayer un presidente y un Gobierno interino encargado de organizar las primeras elecciones libres del país árabe en enero próximo. Pero la confusión y el chalaneo que han precedido a la designación de la nueva Administración -teóricamente a cargo de la ONU- sugieren un carácter muy lejano de la "completa soberanía" publicitada reiteradamente por el presidente Bush en los últimos días. Y anticipan la posibilidad de que muchos iraquíes profesen por estos flamantes gobernantes, a los que será entregado el testigo el próximo día 30, parecido desdén que el suscitado por el disuelto C...

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Irak tiene desde ayer un presidente y un Gobierno interino encargado de organizar las primeras elecciones libres del país árabe en enero próximo. Pero la confusión y el chalaneo que han precedido a la designación de la nueva Administración -teóricamente a cargo de la ONU- sugieren un carácter muy lejano de la "completa soberanía" publicitada reiteradamente por el presidente Bush en los últimos días. Y anticipan la posibilidad de que muchos iraquíes profesen por estos flamantes gobernantes, a los que será entregado el testigo el próximo día 30, parecido desdén que el suscitado por el disuelto Consejo de Gobierno.

Ni el polémico nombramiento de Ayad Alaui como primer ministro ni el arreglo de último minuto para que el adinerado jefe tribal suní Gazi al Yauar cambiase la presidencia del Consejo provisional por la del país -cargo básicamente honorífico adjudicado previamente al octogenario Adnán Pachachi- avanzan nada sustancialmente diferente de lo existente hasta ahora. El aval de Kofi Annan al nuevo Ejecutivo, fruto del entendimiento entre Washington y la ONU, no oculta el hecho de que su enviado en Bagdad y teórico componedor del Gabinete, el diplomático Brahimi, prácticamente se encontrara el viernes con el hecho consumado de la designación de Alaui, un prominente chií exiliado vinculado a la CIA.

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Los recién nombrados van a tener difícil establecer su legitimidad a los ojos de un país bañado en sangre, donde permanece una formidable fuerza de ocupación sobre la que carecen de autoridad. Washington entrega de hecho al Gobierno interino una situación militar que se deteriora imparablemente, como lo atestiguan los casi cuarenta muertos de ayer y los sucesivos fracasos de las supuestas treguas que los generales estadounidenses pactan con los insurrectos de uno u otro bando. La violencia en Irak está presumiblemente llamada a incrementarse, porque una parte de ella tiene en el punto de mira la batalla por el poder de los diferentes grupos armados previa a las teóricas elecciones de enero.

Para salir de su vorágine atroz, los iraquíes necesitan un Gobierno que puedan considerar propio y con capacidad real para imponer su criterio, y ése no es el caso del que acaba de cocinar Washington con la anuencia resignada de la ONU. La esperanza más próxima de cambio radica en los comicios previstos el año próximo. Pero a día de hoy, y con los acontecimientos en Irak gobernados por el calendario político estadounidense, Bush carece de un plan serio para negociar una Constitución y crear las condiciones de seguridad que permitan esas elecciones.

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