Columna

Cavar para acabar

"Lo primero que hay que hacer para salir de un agujero es cavar". Es la frase que cita estos días el secretario adjunto de Estado de EE UU, Richard Armitage, posible sucesor de Rumsfeld al frente del Pentágono. Si alguien albergaba dudas de que las tropas de EE UU se quedarían tiempo, Bush las ha disipado: cavarán. Se quedarán el tiempo necesario y, si es preciso, se reforzarán. Más, muchas más, tropas -que sólo responderán ante sus propios mandos- no resolverán la situación, aunque se replieguen, como parece, fuera de las ciudades. ¿Menos fuerzas o, incluso, abandonar Irak? Tampoco, pues el p...

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"Lo primero que hay que hacer para salir de un agujero es cavar". Es la frase que cita estos días el secretario adjunto de Estado de EE UU, Richard Armitage, posible sucesor de Rumsfeld al frente del Pentágono. Si alguien albergaba dudas de que las tropas de EE UU se quedarían tiempo, Bush las ha disipado: cavarán. Se quedarán el tiempo necesario y, si es preciso, se reforzarán. Más, muchas más, tropas -que sólo responderán ante sus propios mandos- no resolverán la situación, aunque se replieguen, como parece, fuera de las ciudades. ¿Menos fuerzas o, incluso, abandonar Irak? Tampoco, pues el país caería en una guerra civil y regional. Estados Unidos, de momento, no se puede marchar. "On s'engage et puis on voit", decía Napoleón. Pero, "on ne voit pas". Quizás porque la única forma de ganar esta guerra es no ganándola.

¿Hay alguien que sepa cómo sacar a Irak del atolladero, aun cavando? Bush ha presentado su Plan A con un calendario que parece responder más a los imperativos electorales de noviembre en EE UU que a la realidad sobre el terreno. En realidad es un marco para intentar poner en marcha un proceso. Básicamente, consiste en esperar que las cosas mejoren tras el 30 de junio y que los iraquíes dejen de percibir a EE UU como ocupantes. Para lograrlo, no bastará una cesión ficticia de la soberanía a un Gobierno provisional ni que las fuerzas ocupantes pasen a ser invitadas. Pero no hay Plan B. Los europeos -que en este caso no están tan divididos sobre qué hacer, pues ninguno lo sabe- no ofrecen alternativas, ni EE UU tiene realmente una estrategia que vaya mucho más allá del verano. Tampoco el rival de Bush a la Casa Blanca John Kerry apunta solución alguna. La línea, en principio razonable, de fomentar a la vez una iraquización y una internacionalización (que requeriría la colaboración del mundo árabe y musulmán) para lograr la estabilización y la seguridad choca contra la inseguridad reinante.

Trocear el país en tres, como han propuesto algunos, tampoco sirve, pues salvo los propios kurdos, nadie en la zona, especialmente en Turquía y Siria, quiere un Estado kurdo independiente, y Bagdad es una ciudad donde confluyen en número significativo suníes, chiíes y kurdos, además de la lucha que hay por Kirkuk. ¿Saltar rápidamente hacia la democracia? A lo sumo, sería saltar hacia unas elecciones que ganarían islamistas, entre los chiíes al menos, una perspectiva a la que la Administración de Bush parece irse resignando. Resultado de todo esto puede ser un dictador menos, pero uno, dos o tres Iraks y, además, fundamentalistas. Ya Fareed Zakaria alertaba de un modo general de que precipitarse hacia elecciones mal preparadas podía, paradójicamente, llevar a soluciones no democráticas, como pasó en su día en Yugoslavia. Según cómo, tras las elecciones de enero -si se celebran-, Irak podría resultar aún más ingobernable.

En cuanto a la ONU, la Administración de Bush parece dispuesta a darle un papel central en la organización de las elecciones y en la contribución a la redacción de una auténtica constitución, e incluso a proteger a su personal. Nadie olvida que la ONU, como organización, salió precipitadamente de Irak tras la bomba contra su sede en Bagdad el pasado 19 de agosto, en la que murieron Sergio Vieira de Mello y otros funcionarios de valía. Pero mientras el enviado de la ONU, Brahimi, estaba buscando nombres para formar el macrogobierno provisional, Estados Unidos intenta designar a su propio candidato a primer ministro, mientras el siniestro Chalabi, ex pieza central de EE UU, tira de sus hilos para imponer al suyo.

Esta guerra fue un inmenso error, pero quien se lanzó a ella no puede ahora simplemente retrotraerse a una situación anterior, que ya no volverá. De momento, a lo más que puede aspirar Estados Unidos es a controlar los daños, como en Nayaf, donde tras actuar como un elefante en una cacherería, ha intentado recomponer algunos de los platos rotos como un fisioterapeuta dispuesto a relajar los nudos musculares del paciente. Pero hay nudos a cientos. El equilibrio es difícil: quedarse, indicando que se irán. Cavar, ¿para acabar o, al menos, encauzar? aortega@elpais.es

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