Tribuna:

O pierde Bush o pierde América

Un año después de la invasión de Irak es difícil encontrar a alguien que la defienda. Los que antes lo hacían hablan ahora de los riesgos de que Estados Unidos resulte derrotado. Parece una discusión distinta, pero es la misma. Siguen negándose a mirar la realidad de frente. Antes se negaban a ver que la invasión y ocupación de Irak era una aventura temeraria con enormes costes y beneficios inciertos. Ahora se resisten a aceptar el hecho amargo de que Estados Unidos ya ha sido derrotado.

Sí, Estados Unidos ya ha sido derrotado. Lo ha sido porque el gran objetivo de quienes lanzaron la i...

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Un año después de la invasión de Irak es difícil encontrar a alguien que la defienda. Los que antes lo hacían hablan ahora de los riesgos de que Estados Unidos resulte derrotado. Parece una discusión distinta, pero es la misma. Siguen negándose a mirar la realidad de frente. Antes se negaban a ver que la invasión y ocupación de Irak era una aventura temeraria con enormes costes y beneficios inciertos. Ahora se resisten a aceptar el hecho amargo de que Estados Unidos ya ha sido derrotado.

Sí, Estados Unidos ya ha sido derrotado. Lo ha sido porque el gran objetivo de quienes lanzaron la invasión de Irak no era otro que asentar la primacía de Estados Unidos en el mundo. Primacía o, por decirlo más claro, superioridad. Superioridad militar frente a los países que consideraban enemigos. Superioridad política respecto a los países amigos y aliados. Y superioridad moral sobre Naciones Unidas para definir lo que es legítimo en las relaciones internacionales. Ése era el corazón del proyecto neoconservador.

Pues bien, las torturas de Abu Ghraib han acabado con ese proyecto. Como dice Frank Rich en el International Herald Tribune, han "lanzado la reputación y el honor de Estados Unidos a los perros".

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Estados Unidos ya ha perdido moralmente la guerra de Irak. La ha perdido en todo el mundo musulmán, entre las gentes del Oriente confuciano, en la India y entre los católicos latinoamericanos y africanos. En Europa la ha perdido moral y políticamente, incluido el Reino Unido. Permanece en duda si conseguirá asentar bases militares en Irak para presionar a Siria, Irán y Arabia Saudí. Esto es lo que ha pretendido desde el principio y no es trivial, pero es sólo secundario.

El futuro de Irak continúa siendo incierto y encierra peligros. Pero el peligro mayor para el mundo se deriva de la derrota de Estados Unidos. Afortunadamente, se trata de un peligro que todavía puede ser conjurado, aunque ya no son los militares, sino los ciudadanos americanos, los que pueden hacerlo.

Si el presidente Bush pierde la reelección, Estados Unidos podrá recuperar su reputación y su honor. Pero si Bush vuelve a ganar, Estados Unidos los habrá perdido por mucho tiempo. Este es, pues, el momento de pensar en la otra América. El momento de tener presente que junto a la América de la arrogancia y la ignorancia también existe una América inteligente y prudente.

He tenido que contestar muchas veces a la acusación de ser antiamericano. Siempre lo hago recordando que mi mujer y yo vivimos años felices en Washington DC. Que disfrutamos viajando por el país y descubriendo, no sólo las grandes ciudades americanas, sino también la América de la carretera. Y recuerdo también que antes, mucho antes, cuando en España los jóvenes no recibíamos educación sexual, fue un autor americano, Kinsey, quien con su informe sobre el Comportamiento sexual de los hombres me enseñó cosas que me han servido mucho en la vida. Tanto como el judío alemán Carlos Marx, fueron los americanos Wright Mills y Daniel Bell quienes despertaron en mí el interés por las cuestiones sociales. Como tantos otros españoles, estudié economía con "el Samuelson" y hoy mi economista favorito es Paul Krugman. Los novelistas que leí de joven no fueron sólo europeos, sino también los americanos William Faulkner, John Dos Passos, John Steinbeck o Norman Mailer. Mi formación universitaria es científica y mi biblioteca está llena de libros de físicos, matemáticos y biólogos americanos. Cuando hablo de Estados Unidos tengo muy presentes a los científicos americanos que han contribuido a la realización de los más importantes descubrimientos que se han hecho durante mi vida, desde el transistor a Internet, pasando por la estructura del ADN. John Rawls, Richard Rorthy, Daniel Dennet y otros pensadores americanos me han enseñado mucho. Me encanta el cine de Hollywood, desde Buster Keaton hasta que los efectos especiales desplazaron a los actores, y sigo enamorado de Marilyn. Me gusta el jazz y el rock and roll, de Elvis Presley a Bruce Springsteen, así como Cole Porter, Bob Dylan, Pete Seger o Joan Baez. Cuando los astronautas americanos llegaron a la Luna yo era un estudiante de ingeniería aeronáutica y me emocioné. Igual que me emocioné hace un año con la desgracia del Columbia.

Fui contrario a la guerra del Vietnam, pero no por antiamericanismo, sino como lo fueron los americanos más sensibles de su tiempo. The best and the brightest ("Los mejores y los más brillantes") no fueron los que sostuvieron aquella guerra, sino los que se resistieron o movilizaron contra ella, como el propio McNamara reconoció en In retrospect. Desde hace años leo regularmente The New York Review of Books y American Scientist, además de Foreign Affairs y Foreign Policy. Podría seguir así, pero sólo pretendo dejar clara una cosa. Aunque los americanos que decidieron invadir y ocupar Irak se rían de lo que acabo de decir, les guste o no, existe otra América. Una América que para mí es mucho mejor que la que ellos representan.

Considero un insulto que me llamen "antiamericano". En los últimos años se ha escrito mucho sobre antiamericanismo, para criticarlo y para explicarlo. He leído una docena de libros con las más variadas opiniones al respecto y me he preguntado si existe algún elemento común entre todos ellos, y creo que sí existe. Consiste en que Estados Unidos es una sociedad muy diversa, con muchas caras distintas. Si eso es cierto y se toma en serio, la acusación de antiamericanismo carece de sentido salvo para quien no encuentre nada de bueno, de bello o de valioso en ninguna de esas caras. Como ya he dicho, hay muchas caras de la sociedad americana que a mí me gustan, y además creo que son las que perdurarán en la posteridad, porque son las que se refieren a su ciencia, a su tecnología, a muchos aspectos de su arte y a algunos de su modo de vida. Y hay también caras que me disgustan, esto me ocurre con buena parte de su política exterior presente y pasada.

Pienso que dentro de unos siglos a los Estados Unidos de hoy les pasará lo que le pasó a la Italia del Renacimiento. Que es recordada por Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Bramante, y que se ha olvidado que esos genios y tanta belleza vivieron en una sociedad sometida a la violencia de los guerreros de fortuna y marcada por los desastres morales y políticos que retrató Maquiavelo. En aquellos tiempos los únicos valores reconocidos eran la habilidad en el oficio y disponer del poder. ¿Suena actual, no? Pero lo que hoy perdura de esos tiempos es la Capilla Sixtina, el David, la Gioconda y otras maravillas. De la podredumbre moral y política nos hemos olvidado. ¿Acaso soy un antirrenacentista por recordar las múltiples caras del Renacimiento?

Tampoco soy antiamericano. De hecho, espero en que una mayoría de americanos comprenderán que su país se enfrenta a una difícil disyuntiva, o pierde Bush o pierde América. Y confío en que serán capaces de salvar a su país, haciendo posible así que todos juntos salvemos a Irak y nos salvemos.

Carlos Alonso Zaldívar es diplomático.

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