Editorial:

Ciudadanos y Estados

El cambio de Gobierno en España ha facilitado el consenso en torno a un sistema de votación en la UE que refleje las dos bases fundamentales de la construcción europea: los Estados y los ciudadanos. Eso es lo que representará el sistema de decisiones por doble mayoría en el Consejo de la UE, que, según todos los indicios, incorporará la renacida Constitución europea. Los mensajes emitidos tras la reunión de ayer entre Rodríguez Zapatero y el primer ministro irlandés, Bertie Ahern, señalan que el acuerdo puede estar cercano. Pero a estas alturas de la negociación se discuten ya hasta los decima...

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El cambio de Gobierno en España ha facilitado el consenso en torno a un sistema de votación en la UE que refleje las dos bases fundamentales de la construcción europea: los Estados y los ciudadanos. Eso es lo que representará el sistema de decisiones por doble mayoría en el Consejo de la UE, que, según todos los indicios, incorporará la renacida Constitución europea. Los mensajes emitidos tras la reunión de ayer entre Rodríguez Zapatero y el primer ministro irlandés, Bertie Ahern, señalan que el acuerdo puede estar cercano. Pero a estas alturas de la negociación se discuten ya hasta los decimales. Pese a que Zapatero declare una "total flexibilidad" sobre los porcentajes concretos, del 65% de la población de que se habla ahora a los dos tercios (66,66%) que invoca Moratinos hay un mundo de diferencia para la capacidad española de aunar minorías de bloqueo, que en cualquier caso deben sumar una mayoría de los Estados. Lo que plantea el Gobierno socialista es prácticamente lo que Aznar estuvo dispuesto a poner sobre la mesa en la cumbre de diciembre, sin llegar a hacerlo, y supone una capacidad de influencia similar a la que el Tratado de Niza otorga a España.

La capacidad de bloqueo es importante, en sí y porque en la preparación de sus propuestas, sobre las que se vota, la Comisión Europea siempre tiene más en cuenta a los países más problemáticos. Pero tan importante es poder influir constructivamente para impulsar los intereses de España en una UE ampliada en orden a convertirlos en intereses europeos. Ayer, Zapatero y Ahern, plantearon dos ejemplos: la próxima cumbre en Guadalajara de la UE con América Latina, y un nuevo impulso a la cooperación euromediterránea con ocasión del décimo aniversario, en 2005, del llamado Proceso de Barcelona.

Hay margen de maniobra para la negociación final, que no llegará hasta después de las elecciones europeas, en la cumbre del 16 y 17 de junio. El nuevo esquema institucional podría quedar aplazado hasta el año 2014, según el texto transaccional presentado por la presidencia irlandesa. Hasta esa fecha, cada uno de los Estados miembros tendrá un comisario, lo que elevará a 27 el número de integrantes de la Comisión una vez que ingresen Rumania y Bulgaria. Lo que se pierda en operatividad puede ganarse en generación de confianza entre los nuevos miembros.

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Zapatero ha logrado también que la presidencia irlandesa incorpore la propuesta de que la Constitución europea se traduzca a las lenguas cooficiales en todo o en parte de un Estado miembro, es decir, en el caso de España, al catalán, vasco y gallego, lo que tendrá consecuencias jurídicas. El Estado de las autonomías empieza a casar mejor con la idea de la Unión Europea, y de nuevo contribuye a acercar Europa a la ciudadanía, un acercamiento del que esta Constitución está muy necesitada. Pues no sólo resulta farragosa, sino que tiene un claro déficit de alma.

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