Columna

La gallina agonizante

Una amiga me regala un viejo libro editado a finales de los setenta. Es toda una joya: se llama La arquitectura del ocio en la Costa del Sol y es un extracto de la tesis doctoral del profesor Morales Folguera. Leyéndolo, me entero de que la indisciplina urbanística no es un invento reciente y que en el pasado se hicieron sin licencia muchas obras. Incluso, obras de promoción pública, como la ciudad de Educación y Descanso de Marbella. Pero entre los pioneros del turismo también se encontraba una sensibilidad ya inexistente, como la que llevó a los arquitectos que diseñaron el ya históri...

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Una amiga me regala un viejo libro editado a finales de los setenta. Es toda una joya: se llama La arquitectura del ocio en la Costa del Sol y es un extracto de la tesis doctoral del profesor Morales Folguera. Leyéndolo, me entero de que la indisciplina urbanística no es un invento reciente y que en el pasado se hicieron sin licencia muchas obras. Incluso, obras de promoción pública, como la ciudad de Educación y Descanso de Marbella. Pero entre los pioneros del turismo también se encontraba una sensibilidad ya inexistente, como la que llevó a los arquitectos que diseñaron el ya histórico Hotel Pez Espada de Torremolinos -un proyecto de finales de los cincuenta recientemente restaurado con todo mimo- a situarlo perpendicularmente a la orilla del mar para no hurtar vistas a los que se levantaran a su espalda.

En las dos últimas legislaturas, el turismo, en manos del PA, ha estado descaradamente al servicio de la promoción de la imagen de los andalucistas y ha sido un ejemplo de despilfarro. El que no haya habido una caída en el número de visitantes -al menos, en la Costa del Sol- ha servido para alimentar una política acrítica sin ninguna sensibilidad por las mutaciones que sufre este sector. Pero no hay que echarle todas las culpas a los andalucistas: la actitud de los socialistas que rigen los patronatos turísticos de las diputaciones ha sido muy similar. Tanto en un caso como en el otro, se da por bueno el viejo modelo de los años cincuenta, basado en lo cuantitativo, sin que se planteen dudas sobre su eficiencia.

Un reciente estudio -citado el pasado lunes en estas páginas por José María Montero- muestra que el turismo es cada vez menos eficiente ecológicamente, lo que significa que también lo es menos desde el punto de vista económico. En el último Informe de Sostenibilidad en Andalucía, publicado por el Observatorio Ambiental, se observa cómo mientras el Valor Añadido Bruto del Turismo ha crecido entre 1996 y 2002 un 29%, el consumo de agua lo ha hecho en un 127% y las basuras han aumentado un 132%. Este dato no sólo pone en cuestión la sostenibilidad de nuestro modelo turístico, sino también su rentabilidad.

Hay otros datos no menos alarmantes: en el último informe de la Alianza para la Excelencia Turística (Exceltur), se expone la apreciación que los empresarios turísticos andaluces tienen sobre la política que se lleva en su sector. Excepto en promoción -en lo que se ha gastado mucho dinero, aunque habría que ver con qué acierto-, la percepción de los empresarios turísticos es mayoritariamente negativa en buena parte de los asuntos: especialmente, en fiscalidad y seguridad, pero también -y es muy significativo- en ordenación urbanística.

Las conclusiones de Exceltur son claras: es "imprescindible superar nuestra tradicional cultura de primar el número de visitantes" (...) "aspirando a un crecimiento sostenible que (...) persiga (...) la máxima rentabilidad socio-económica"(...), "que no es más que sinónimo de mejor calidad de vida y bienestar para todas sus comunidades".

Son muchas las alarmas: la gallina de los huevos de oro puede estar enferma o quizá agonizante.

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