Columna

Caca, guerra

La mierda de los perros de Madrid ha merecido el honor de la primera página en Le Monde, uno de los tres diarios más prestigiosos de Europa. Confieso que el amplio comentario, firmado por su corresponsal en España Martine Silber, me sorprendió; ocupando el centro de esa portada de la edición del pasado viernes, 16 de abril, entre los titulares de la guerra de Irak, las elecciones presidenciales argelinas y la crisis del Gobierno francés tras su amplia derrota electoral, suponía un rasgo de originalidad periodística o humor dadá, y para Alberto Ruiz-Gallardón un motivo de orgullo,...

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La mierda de los perros de Madrid ha merecido el honor de la primera página en Le Monde, uno de los tres diarios más prestigiosos de Europa. Confieso que el amplio comentario, firmado por su corresponsal en España Martine Silber, me sorprendió; ocupando el centro de esa portada de la edición del pasado viernes, 16 de abril, entre los titulares de la guerra de Irak, las elecciones presidenciales argelinas y la crisis del Gobierno francés tras su amplia derrota electoral, suponía un rasgo de originalidad periodística o humor dadá, y para Alberto Ruiz-Gallardón un motivo de orgullo, pues nunca antes sin duda habrá visto su nombre (dos veces) en la primera de Le Monde, aunque fuese junto a las palabras cagarruta ("crotte") y motocaca (ésta citada en español por el periódico francés).

Parece ser, por tanto, que, siguiendo muy de cerca la línea política del marido de su concejal de Servicios Sociales, hoy cesante pero futuro penene de una universidad norteamericana de cuyo nombre nadie podría acordarse, Ruiz-Gallardón quiere poner a España, en este caso a su ciudad, en un primerísimo lugar del mapa del mundo. El marido de la concejal se sacó la foto de las Azores, y Gallardón anda en busca de una fotografía de aguas menores aunque también susceptibles de producir contaminación ambiental.

Las medidas que nuestro alcalde ha anunciado, suscitando tanto interés en el extranjero, son en verdad espectacularmente higiénicas, y sólo alguien con una mente sucia podrá criticarlas. Gallardón declara estar dispuesto a aplicar a los propietarios que no se hagan cargo de lo que sus perros deponen en lugares públicos una "tolerancia cero"; el modelo verbal norteamericano, ya se sabe, sirve tanto para un roto como para un estreñido.

Pero no olvidemos al otro gran protagonista de la foto de las Azores, el amigo inglés del marido de la concejal. Y, en ese sentido, el modelo de guerra preventiva al excremento canino ideada por Gallardón lleva impronta británica: las motocacas madrileñas no sólo recogerían restos orgánicos descontrolados, sino que tendrían la misión posterior de retenerlos en recintos oficiales del municipio para ficharlos, en busca del ADN o DNI, no quedaba claro si del perro cagón o del propietario consentidor, que, así localizados sin lugar a error, podrían ser en consecuencia multados. Esa forma de vigilancia y castigo que en Londres funciona impecablemente deberá, por desgracia, ser descartada aquí, ya que el Ayuntamiento ha caído en la cuenta de que fichar genéticamente a los 215.000 perros censados en Madrid acarrearía un gasto excesivo. En todo caso, el cabeza de familia o responsable de cualquier perro de vientre suelto que ponga en riesgo la seguridad sanitaria de entornos hospitalarios y escolares tendrá que pagar, siempre que entren en vigor las medidas de Gallardón, no 150 sino 600 euros de multa.

Y luego está el horario. Si se reglamenta la apertura y el cierre de los lugares de esparcimiento para humanos, ¿cómo no va a ponerse un coto al de los perros? En invierno sólo tendrán libre acceso a los jardines municipales a altas horas de la noche y hasta las siete de la madrugada, una franja horaria que ya querrían para sí los bares. Sin embargo, el Ayuntamiento acondicionará solares especializados para el solaz de los perros, guetos en los que, siguiendo el ejemplo de Chueca, los animalitos tal vez puedan ir cogidos del rabo y manifestarse tal como son sin miradas de reprobación. Tendrán allí senderos para correr, rincones previamente impregnados de "substancias odoríferas" que exciten su olfato, tierras fáciles de hurgar con sus patitas y -naturalmente- evacuatorios señalizados y hasta árboles impermeables donde levantar su patita. Los dueños, mientras tanto, dispondrán en esos campos de concentración perruna de guantes y bolsas gratuitas para poner a buen recaudo el excremento de sus mascotas.

Decía Le Monde también que este proyecto se basa en concienzudos estudios realizados en Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá y Australia. Países, digo yo, no sólo en vanguardia del tratamiento de la mierda canina, sino punta de lanza de una coalición que la está cagando en Irak.

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