Cartas al director

Irlanda ya no fuma

La madrugada del lunes 29 de marzo fui testigo de excepción de un acontecimiento que marcará un hito en la historia de la salud pública. La prohibición de fumar en todos los lugares públicos en Irlanda entraba en vigor a las cero horas de ese día gracias a la decisiva acción del ministro de Salud, Michael Martin, y de su asesor, el doctor Fenton Howell, horas después de que yo llegara a Dublín. Todo estaba preparado la víspera para que a las doce de la noche se procediera a la rotulación, retirada de ceniceros... de restaurantes, hoteles, pubs y de cualquier otro lugar cerrado público, ...

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La madrugada del lunes 29 de marzo fui testigo de excepción de un acontecimiento que marcará un hito en la historia de la salud pública. La prohibición de fumar en todos los lugares públicos en Irlanda entraba en vigor a las cero horas de ese día gracias a la decisiva acción del ministro de Salud, Michael Martin, y de su asesor, el doctor Fenton Howell, horas después de que yo llegara a Dublín. Todo estaba preparado la víspera para que a las doce de la noche se procediera a la rotulación, retirada de ceniceros... de restaurantes, hoteles, pubs y de cualquier otro lugar cerrado público, mientras los fumadores apuraban sus últimas colillas, guiness en mano, en el interior de los tradicionales pubs de Temple Bar. Fue una celebración con cierta sorna y resignación por parte de los adictos al tabaco (un 28% en Irlanda) y de alegría contenida por parte de los hasta ahora sufridos fumadores pasivos (un 72%). Me llamó la atención en las horas sucesivas el comportamiento ejemplar de la población y el casi absoluto cumplimiento de la normativa. Tan solo algún barman en manga corta increpó al 'despistado' de turno desde la barra de uno de los pubs de la calle Crown Alley o alrededores, frecuentados por verdaderas multitudes todos los días de la semana. Fue sin lugar a dudas un momento trascendente, en la que con la máxima cordialidad y buen humor los fumadores hacían turno en el exterior de los locales para aspirar sus cigarrillos entre trago y trago. La temperatura exterior ayudaba: 15 grados.

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Sin duda, las principales medidas disuasorias del consumo de tabaco deben encaminarse a incrementar la presión fiscal del mismo y a prohibir su uso en lugares cerrados, en lugar de en campañas de educación sanitaria, alertándonos de unos peligros por todos conocidos, como pretenden algunos. Todo ello, acompañado de medidas para ayudar a los fumadores a dejar el tabaco.

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En España, la situación es peor que en Irlanda, probablemente por la mayor inhibición de las famosas autoridades sanitarias sobre el tema, o el pensar que aquí todo es imposible. Un 34% de la población fuma y nuestra ridícula e insuficiente legislación no pone remedio al hecho de que en pleno siglo XXI incluso se fume en centros hospitalarios, educativos o en aeropuertos. La experiencia de Irlanda debe hacernos reflexionar y sería deseable que nuestros gobiernos central y autonómicos tomaran ejemplo y adoptaran medidas semejantes. Medidas que permitan paliar las casi 60.000 vidas que se lleva el tabaco año tras año en nuestro país, y conseguir convivir en un ambiente más puro, sano y cordial para todos.

Ya de vuelta, en el avión de Iberia, la azafata me cobraba amablemente un euro por un botellín de agua mineral como si de un vuelo chárter se tratara, mientras el humo del cigarrillo del comandante se esparcía desde la cabina a lo largo del pasillo. La temperatura exterior no ayudaba: 55 grados bajo cero.

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