Reportaje:

El círculo vicioso de la exclusión

Españoles que viven con escasos recursos exponen su situación en la cumbre de la pobreza de Varsovia

Leo Sánchez, nacida en una chabola de Vallecas (Madrid), sube al estrado del Aula Magna de la Universidad de Varsovia. Esta mujer de 43 años habla de su vida dura, en tiempo lejano marcada por la droga. Habla también de sus tres hijos, de la emoción que sintió hace unos días al visitar por primera vez un museo, porque "no sólo hay que llenar el estómago". "Toda persona es recuperable", afirma entre aplausos. Carmina Perdiz aplaude y asiente. Sabe lo que es no tener para vivir: de chabola en chabola con nueve hijos que criar. Y llevándolos aúpa hasta el autobús escolar para que no embarraran el...

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Leo Sánchez, nacida en una chabola de Vallecas (Madrid), sube al estrado del Aula Magna de la Universidad de Varsovia. Esta mujer de 43 años habla de su vida dura, en tiempo lejano marcada por la droga. Habla también de sus tres hijos, de la emoción que sintió hace unos días al visitar por primera vez un museo, porque "no sólo hay que llenar el estómago". "Toda persona es recuperable", afirma entre aplausos. Carmina Perdiz aplaude y asiente. Sabe lo que es no tener para vivir: de chabola en chabola con nueve hijos que criar. Y llevándolos aúpa hasta el autobús escolar para que no embarraran el colegio. La educación "es importante", aclara esta mujer de 49 años.

Leo y Carmina, una paya y otra de etnia gitana, forman parte de la delegación española que ha asistido al encuentro Actores conjuntos de una Europa de la dignidad para todos, celebrado en Varsovia el viernes y el sábado pasados. Ambas están ligadas a la la ONG promotora de la cita, el Movimiento Internacional Cuarto Mundo, que trabaja contra la marginación que sufren las personas pobres. Las dos mujeres regresaron ayer a sus domicilios. El de Leo, una casa desvencijada en la que "se oyen las ratas". El de Carmina, un piso de realojamiento que se ha convertido en un dilema: "O pagamos el piso, o comemos, no nos da para las dos cosas".

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Ellas, como Alfredo Escudero, siempre en busca de chatarra para sacar adelante a sus seis hijos, o Antonio Sánchez, el marido enfermo de Carmina, vuelven contentos de Polonia. Al menos han hecho oír su voz. Una satisfacción poco frecuente cuando se arrastra la condición de pobre, un grillete que atenaza la dignidad y hace aún más difícil encontrar un empleo. Es el círculo vicioso de la exclusión.

El 18,9% de la población

Todos ellos forman parte de ese 18,9% de la población española que vive con ingresos inferiores al 60% de la renta media, o sea, en riesgo de exclusión. Aunque en los últimos años ha descendido la proporción de personas bajo ese umbral (sobre todo gracias al aumento del empleo), la pobreza también se ha cronificado. Así lo señala el II Plan Nacional de Acción para la Inclusión (2003-2005) aprobado por el Gobierno, que pretende rebajar al 16% el porcentaje de población excluida el año que viene.

El documento detalla que "las mujeres sufren de forma más acuciante determinados factores de exclusión social", entre otras cosas porque suelen tener mayores cargas familiares. Para el profesor de la Universidad de Comillas Pedro Cabrera, especializado en los problemas de la exclusión, la carestía de vivienda cobra fuerza. Calcula que unas 30.000 personas carecen de techo en España.

También en Varsovia, Álvaro Gil-Robles, comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa (agrupa a 45 países), formulaba así la cuestión: "Una situación de pobreza extrema es una violación de los derechos humanos, porque éstos también incluyen los derechos económicos y sociales. Resolver esa situación no es una cuestión de caridad, sino de justicia".

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