Editorial:

La mentira como arma

La reciente dimisión del inspector jefe estadounidense de armamentos en Irak pone broche final a una historia de mentiras y manipulaciones de desenlace cantado. El veredicto de David Kay ha sido concluyente: Sadam Husein, antes de la invasión, poseía rudimentarias capacidades armamentísticas, aunque jugara de farol. Kay sugiere que el régimen iraquí probablemente se deshizo paulatinamente de sus arsenales de destrucción masiva tras la guerra de 1991 y bajo presión internacional.

La "amenaza inminente" de las armas químicas y biológicas de Bagdad y su proximidad al arma atómica fue el ar...

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La reciente dimisión del inspector jefe estadounidense de armamentos en Irak pone broche final a una historia de mentiras y manipulaciones de desenlace cantado. El veredicto de David Kay ha sido concluyente: Sadam Husein, antes de la invasión, poseía rudimentarias capacidades armamentísticas, aunque jugara de farol. Kay sugiere que el régimen iraquí probablemente se deshizo paulatinamente de sus arsenales de destrucción masiva tras la guerra de 1991 y bajo presión internacional.

La "amenaza inminente" de las armas químicas y biológicas de Bagdad y su proximidad al arma atómica fue el argumento de Bush -repetido como un eco por Tony Blair y, entre nosotros, con suficiencia de iluminado, por José María Aznar- para ordenar la invasión. Con esos datos de ficción, el presidente estadounidense obtuvo el apoyo del Congreso a su guerra preventiva.

No se puede decir que Kay, experto ejemplar, nombrado por la CIA, se haya precipitado en su trabajo; ni que sea un pacifista infiltrado en la Administración estadounidense o que haya carecido de medios o personal para establecer sus conclusiones, acogidas prácticamente con un manto de silencio oficial con la notable excepción del vicepresidente, Dick Cheney. Éste, el más ferviente postulante de una intervención armada, sigue empecinado en que la realidad no destruya una buena madeja de ideas preconcebidas.

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Kay ha dicho que la CIA debe una explicación a Bush por los informes que le suministró sobre las capacidades bélicas de Sadam. Lo que probablemente tardaremos algún tiempo en saber es si la Agencia de Inteligencia -una de las reputaciones más arruinadas como cuerpo de espionaje y cuyas estimaciones de octubre de 2002 sirvieron de coartada para la invasión- simplemente lo ignoraba todo sobre Irak o amoldó sus informes a las urgencias de la Casa Blanca para presentar un escenario que hiciese inevitable la guerra en legítima defensa.

Las afirmaciones de Kay no pueden sorprender a nadie a estas alturas. La cuestión de los arsenales de Sadam se fue desinflando ante la opinión pública internacional casi inmediatamente después de concluida la guerra relámpago de EE UU. Sí que llama la atención, sin embargo, la naturalidad con que Colin Powell parece admitir ahora que quizá no había nada. Sobre todo al recordar el espectáculo planetario de luz y sonido que el secretario de Estado organizó ahora hace un año ante el Consejo de Seguridad para intentar convencernos, con una espectacular parafernalia de fotos obtenidas por satélite, de que Washington tenía pruebas irrefutables que exigían ir a la guerra y la resonancia extraordinaria que tuvieron sus argumentos falaces en boca del Gobierno español.

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