Análisis:

Lewinsky, Irak y la mentira en EE UU

Dicen los que de eso saben que para intentar convencer a los demás de una mentira hay que terminar creyéndosela de alguna manera. Así que quizá Bush, Rumsfeld, Powell, Condoleezza, Wolfowitz y los demás se tragaran sus falsedades sobre Irak. Si no, es difícil comprender cómo Powell pudo hacer tal ridículo mostrando en el Consejo de Seguridad aquellos gráficos y fotos tan cutres y que, según aseguraba, eran pruebas irrefutables de la existencia en Irak de armas de destrucción masiva. Ahora, David Kay, el jefe del equipo de inspectores estadounidenses instalados en Irak tras la derrota de Sadam...

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Dicen los que de eso saben que para intentar convencer a los demás de una mentira hay que terminar creyéndosela de alguna manera. Así que quizá Bush, Rumsfeld, Powell, Condoleezza, Wolfowitz y los demás se tragaran sus falsedades sobre Irak. Si no, es difícil comprender cómo Powell pudo hacer tal ridículo mostrando en el Consejo de Seguridad aquellos gráficos y fotos tan cutres y que, según aseguraba, eran pruebas irrefutables de la existencia en Irak de armas de destrucción masiva. Ahora, David Kay, el jefe del equipo de inspectores estadounidenses instalados en Irak tras la derrota de Sadam, dimite y lo que viene a decir es que allí es más fácil encontrar las legendarias minas del rey Salomón que el arsenal que supuestamente constituía la principal amenaza para la humanidad. Y el propio Powell reconoce que ya no está tan seguro.

Los hechos confirman día tras día la exactitud de los argumentos empleados por los que se opusieron a la aventura neocolonial de Irak. No había armas de destrucción masiva, Sadam no tenía nada que ver con el 11-S y la población iraquí no pedía a gritos ser bombardeada y ocupada para deshacerse del tirano. En cambio, la resistencia de muchos iraquíes a la presencia militar extranjera es feroz -sin que el ya capturado señor de los piojos tuviera mucho que ver con ello-, y el terrorismo islamista no ha cesado de cometer atrocidades aquí y allí en los últimos meses.

Aún más, Irak, que EE UU iba a convertir en un modelo de democracia y prosperidad para Oriente Próximo, malvive a sangre y fuego, en una reedición de los horrores de Líbano, Somalia y los Balcanes. Y, como era de prever, lo primero que sus mayoritarios chiíes desean adoptar del american way of life son las elecciones directas por sufragio universal, que les darían a ellos una posición predominante en Bagdad. El gran ayatolá Alí Sistani no tiene un pelo de tonto en su nívea y tupida barba.

Los norteamericanos son un pueblo de creyentes: casi todos creen en Dios y muchos también están convencidos de que los extraterrestres se materializaron en Roswell en 1947 y de que Elvis está vivo. Por eso tantos de ellos se tragaron sin pestañear todo lo que su presidente les contó para justificar una guerra contra Irak que, como confirma su ex secretario del Tesoro Paul O'Neill, ya había decidido librar antes del 11-S.

Pero con esa guerra Bush abusó de la credulidad de sus compatriotas y sólo probó que el Pentágono puede ganarle en un santiamén a un país árabe exhausto y desarrapado. Así que si quieren salvar el alma de EE UU, y también que deje de ser percibido como un imperio agresivo y vuelva a ser considerado una república amiga, los norteamericanos deberían reaccionar con la indignación que les caracteriza cuando descubren que alguien les ha engañado. Su Congreso procesó y juzgó a Clinton por no decir toda la verdad y nada más que la verdad sobre sus relaciones sexuales con Monica Lewinsky. Lo de Irak es mucho más grave. ¿Va a quedar impune?

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