Editorial:

ETA, no, gracias

La película sabe a repetida. La ilegalizada Batasuna, sumida en una profunda depresión política, propone al resto de las fuerzas nacionalistas concurrir a las elecciones generales de marzo en una candidatura única que constituya "una interlocución nacional" vasca frente al Gobierno español. Y una debilitada ETA remata la jugada con la golosina de que está dispuesta a dar "los pasos necesarios" para que esa iniciativa grata a sus ojos pueda prosperar. La operación es una copia, en grado de tentativa, de la que se plasmó en septiembre de 1998 con el Pacto de Lizarra. La diferencia está en todo l...

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La película sabe a repetida. La ilegalizada Batasuna, sumida en una profunda depresión política, propone al resto de las fuerzas nacionalistas concurrir a las elecciones generales de marzo en una candidatura única que constituya "una interlocución nacional" vasca frente al Gobierno español. Y una debilitada ETA remata la jugada con la golosina de que está dispuesta a dar "los pasos necesarios" para que esa iniciativa grata a sus ojos pueda prosperar. La operación es una copia, en grado de tentativa, de la que se plasmó en septiembre de 1998 con el Pacto de Lizarra. La diferencia está en todo lo ocurrido desde entonces, que la organización terrorista y su entorno se resisten a aceptar.

Encabezando a los partidos destinatarios de la oferta, el PNV ha respondido que no está dispuesto a aceptar la tutela de ETA. Dicho por boca de Joseba Egibar, suena a reconocimiento tardío del error de Lizarra. Si uno de los motivos de la ruptura de la tregua fue el rechazo peneuvista a la "propuesta estrambótica" de celebrar unas elecciones constituyentes en toda Euskal Herria, malamente podría el PNV admitir una nueva embarcada, dejándole a ETA el timón. Sin embargo, la rectificación de aquella deriva seguirá siendo parcial mientras quede sobreentendido que el rechazo al uso de la violencia es lo único que separa al nacionalismo democrático del que no lo es a la hora de aceptar la realidad plural del País Vasco.

Mientras se mantenga este equívoco interesado persistirá la influencia de ETA y del nacionalismo rupturista. Resulta un sarcasmo que la vicelehendakari Idoia Zenarruzabeitia acuse de aliarse con el brazo político de ETA a quienes ven amenazada su vida. Es la apuesta de Ibarretxe y su partido por construir la hegemonía nacionalista, en vez de gobernar pensando en el conjunto de los vascos, lo que ha convertido al Parlamento vasco en una ruleta. Empeñado en sacar adelante su plan sin contar con la mitad de la sociedad vasca, el lehendakari se ha olvidado de la gobernación. Una cuestión tan esencial como aprobar los Presupuestos depende así del capricho de Batasuna, del despiste de un parlamentario o de los juegos malabares del presidente Atutxa con el Reglamento de la Cámara. Ibarretxe se aferra a su plan, pero su Gobierno carece de presupuestos. Debería hacerle pensar.

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