Tribuna:EL ESTADO DE LAS AUTONOMÍAS

Aznar, hacedor de nacionalismos

La estabilidad política de España descansa sobre la Constitución de 1978, un texto alumbrado para abandonar un período sombrío y encarar una etapa de incertidumbres, tejido con esfuerzo para encontrar el equilibrio de movimientos e intereses antagonistas. Hoy la invocamos como una norma garante de la convivencia compleja entre los hechos diferenciales y todas las reivindicaciones autonomistas que hay encima de la mesa. Atravesamos un momento complejo, de tensión permanente del centro con la periferia, un pulso entre las fuerzas centrípeta y centrífuga.

Miremos al Gobierno. La agresiva p...

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La estabilidad política de España descansa sobre la Constitución de 1978, un texto alumbrado para abandonar un período sombrío y encarar una etapa de incertidumbres, tejido con esfuerzo para encontrar el equilibrio de movimientos e intereses antagonistas. Hoy la invocamos como una norma garante de la convivencia compleja entre los hechos diferenciales y todas las reivindicaciones autonomistas que hay encima de la mesa. Atravesamos un momento complejo, de tensión permanente del centro con la periferia, un pulso entre las fuerzas centrípeta y centrífuga.

Miremos al Gobierno. La agresiva política de Aznar ha conseguido lo contrario de lo que pretendía y ha espoleado con su actitud a los nacionalismos, a los que prometió mantener a raya, y les ha dado alas, vigor, radicalidad y expectativas crecientes. No voy a decir que la dinámica rupturista de Ibarretxe o el ascenso fulgurante de Esquerra en Cataluña sean consecuencia directa e inmediata de la política de Aznar frente a los nacionalismos. Pero parece legítimo preguntarse, y muchos lo han hecho estos días, qué pasa en España para que asistamos a la mayor exhibición de fervor nacionalista que conocemos desde la aprobación de la Constitución. ¿Resulta osado pensar que en el talante del señor Aznar anida uno de los factores explicativos?

No voy a exculpar a los nacionalismos de las consecuencias intrínsecas de su esencia doctrinaria: la ausencia de límites reivindicativos, la explotación del victimismo como arma política, la apelación aldeana y primitiva al mito regresivo y disolvente del "pueblo" como identidad esencialista exclusiva y excluyente. Los nacionalismos van contra la historia y en los tiempos que corren aún más. El proyecto constitucional de la futura Europa consagra como marco la integridad territorial de los Estados-Nación y se aleja de los planteamientos soberanistas disolventes basados en supuestas reivindicaciones históricas.

Pero si al nacionalismo, de por sí ofuscado con la deriva soberanista, no le hacen falta aliados, una política de corto alcance y un talante propenso a la crispación, la altanería y la tensión permanente se convierten sin quererlo en multiplicadores de su causa. Ese puede ser el caso de Aznar, el antinacionalista propulsor de los nacionalismos. Con frecuencia se alude a la ausencia de diálogo con el nacionalismo recalcitrante, pero ese nacionalismo fue un día moderado y hoy ya no lo es. Cabe preguntarse cuál es el origen de esta involución. Cuando el presidente del Gobierno excluye de su agenda política el encuentro con los máximos representantes de las comunidades, qué cabe esperar de aquellos cuyos planteamientos se alimentan de las actitudes de ignorancia o desprecio. Cuando ante planteamientos moderados se reacciona con displicencia, ¿qué cabe esperar de la actitud de quienes albergan planteamientos radicales?

El desprecio con que el Gobierno reacciona ante las propuestas de modificación de Estatutos de Autonomía, o sobre la conveniencia de abordar la reforma del Senado, configura un talante que dispara las tendencias centrífugas y periféricas hacia cotas no deseables. Dos actitudes inherentes al talante de Aznar constituyen un buen caldo de cultivo para este preocupante escenario; de un lado, su afición al frentismo; de otro, su incorregible extremismo. De frentismo hace gala cuando lanza a las cavernas cualquier pacto o acuerdo entre socialistas e IU para presentarlo como "la alianza social-comunista". De frentismo hace exhibición cuando traza la raya entre quienes asumen su constitucionalismo y todos los demás. En cuanto al extremismo parece que es un rasgo que acompaña a la biografía del presidente del Gobierno, que pasó de ser reticente partidario de la Constitución española (no está de más recordar que no la votó) a defensor a ultranza de su versión hermética y a impartidor de lecciones de patriotismo a quienes con mucha más legitimidad que él defendieron y lucharon por los valores constitucionales.

Y todo este retrato tiene también su sorprendente excepción. El señor Pacheco, socio de gobierno del PP en el Ayuntamiento de Jerez, se ausentó de una sesión en el Parlamento de Andalucía que abordaba la aprobación de una iniciativa contra el plan Ibarretxe. El PP mira hacia otro lado y no le exige a su socio nacionalista, extraño compañero de cama a la luz del pedigrí españolista que nos reclaman al resto, una rectificación inmediata y mantiene sin pestañear un pacto de gobierno que nació forzado.

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El señor Aznar es muy aficionado a hablar de la herencia que nos deja. ¿Alguien piensa que en el terreno de la articulación territorial estamos mejor que hace ocho años o se divisa un horizonte lleno de sombríos nubarrones...? Cuando se marche, ni su legado ni sus lecciones nos resultarán edificantes y muchos le recordarán como el presidente que quiso pasar a la Historia como adalid de la unidad de España y nos dejó un reguero de estallidos nacionalistas.

Alfonso Perales es consejero de Gobernación

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