Columna

Lusitania Interior

Al final del sueño el mapa de España era irreconocible. Un muñón absurdo, un dibujo raro. Y lo primero que vi era que Euskal Herria se había separado del resto de la nación y que sus fronteras incluían no sólo a Navarra y al País Vasco francés, sino también a Cantabria, la Rioja y el norte de Burgos, arcaicos solares de la etnia. El condado de Treviño, sin embargo, continuaba siendo misteriosamente castellano.

En el otro foco irredento, un gran país mediterráneo lucía con un esplendor jamás visto. Cataluña, las Islas Baleares y la Comunidad Valenciana eran un solo estado federal, y a él...

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Al final del sueño el mapa de España era irreconocible. Un muñón absurdo, un dibujo raro. Y lo primero que vi era que Euskal Herria se había separado del resto de la nación y que sus fronteras incluían no sólo a Navarra y al País Vasco francés, sino también a Cantabria, la Rioja y el norte de Burgos, arcaicos solares de la etnia. El condado de Treviño, sin embargo, continuaba siendo misteriosamente castellano.

En el otro foco irredento, un gran país mediterráneo lucía con un esplendor jamás visto. Cataluña, las Islas Baleares y la Comunidad Valenciana eran un solo estado federal, y a él se habían asociado libremente el Rosellón al norte, Murcia al sur, Cerdeña al oriente y el vasto Aragón a poniente. La capital de esta república, a la que también estaba extrañamente adscrita la ciudad de Melilla, era la montañosa y gótica Morella, detalle que me emocionó mucho, sueño arriba.

La cartografía guardaba más sorpresas, algunas cantadas, como que Canarias era un nuevo estado libre de África. Andalucía, por su parte, se había reunificado con Marruecos y con la ciudad de Ceuta. De este modo las pateras unían tierras compatriotas. ¿Y qué quedaba del viejo territorio hispánico? Las dos Castillas nada más, y Extremadura, puesto que Madrid -y aquí estaba el mayor acontecimiento del mapa- tampoco formaba parte de España, pues en atención al Real Madrid, se había confederado con Italia e Inglaterra para crear así la liga de fútbol más prodigiosa que vieron los tiempos: el Manchester, el Milan, Beckham, etc. Por último, y al noroeste, Galicia y su vecina Asturias -ésta muy olvidadiza de doña Letizia- formaban una teocracia céltica regida por el arzobispo de Compostela, siendo su primer ministro Apostolos Mangouras, el capitán del Prestige.

El sueño caminaba a su resolución. El muñón también. Y poco antes de despertar, las dos Castillas y Extremadura, únicos reductos de lo que fuera España, apremiadas por no tener salida al mar, aceptaban la propuesta de Portugal, país hermano y unido, y se incorporaban a la república atlántica bajo el nombre de Lusitania Interior.

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