AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA

La codicia es buena, la codicia funciona

GORDON GEKKO, el personaje de Oliver Stone de la película Wall Street, recomienda al principiante al que introduce en el delito de iniciados: "La codicia es buena, la codicia funciona". En aquellos tiempos, años noventa, los escándalos en el sector financiero americano eran cosas de niños comparados con lo que sucede ahora. Dos años después de la explosión del caso Enron la pesadilla de la corrupción ha vuelto a Wall Street.

Enron no era más que una empresa, por importante que apareciese. Los perjudicados directos de su quiebra fueron los accionistas, sus trabajadores y su...

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GORDON GEKKO, el personaje de Oliver Stone de la película Wall Street, recomienda al principiante al que introduce en el delito de iniciados: "La codicia es buena, la codicia funciona". En aquellos tiempos, años noventa, los escándalos en el sector financiero americano eran cosas de niños comparados con lo que sucede ahora. Dos años después de la explosión del caso Enron la pesadilla de la corrupción ha vuelto a Wall Street.

Enron no era más que una empresa, por importante que apareciese. Los perjudicados directos de su quiebra fueron los accionistas, sus trabajadores y sus jubilados, que dejaron de percibir buena parte de las pensiones comprometidas. Lo que acontece ahora -el escándalo de los fondos de inversión que han actuado fraudulentamente- afecta al corazón del sistema y a todos y a cada uno de los ciudadanos que han depositado sus ahorros (muchos de ellos para asegurarse la jubilación dadas las dudas que hay sobre la capacidad del sistema público de pensiones) en esos fondos, confiando en tasas de rentabilidad superiores a la media.

Las prácticas deshonestas de los fondos de inversión afectan a las jubilaciones de decenas de millones de personas, a las que se las ha hecho desconfiar de las pensiones públicas. Entre ellas podemos estar usted y yo

La historia es la siguiente: un número significativo de los más importantes gestores de fondos de inversión americanos -que es como decir mundiales- han ejercido prácticas deshonestas en beneficio particular de los gestores y de algunos clientes privilegiados (en detrimento de los demás). Se estima que en EE UU el 50% de sus ciudadanos tienen depositados sus ahorros en esos fondos, por valor de siete billones de dólares. La lista de fondos afectados, en los que se concentra también una parte de la financiación de las empresas, no para de crecer día a día.

Las conductas abusivas de estos gestores de fondos son, en esencia, de dos tipos: operaciones de compra-venta de títulos a grandes inversores, una vez cerrados los mercados americanos, aprovechando las diferencias horarias con otros mercados, por ejemplo los asiáticos (lo que demuestra que más que una globalización hay un aprovechamiento de horarios segmentados); y la manipulación del valor de los fondos para incrementarlo artificialmente y producir rápidas ganancias, de las que sólo se benefician los propios gestores gracias a la información confidencial.

El escándalo de los fondos de inversiones es más profundo pero menos espectacular que la casi cincuentena de detenciones de operadores de divisas que se produjeron el pasado lunes en Wall Street, a los que se acusa de delitos de estafa, blanqueo de dinero y extorsión. Estos operadores trabajaban en las casas de corretaje más prestigiadas. La trama consistía en engañar a los inversores más conservadores, haciéndoles pensar que se estaban jugando su dinero en un negocio multimillonario y seguro. Utilizaban también los husos horarios de los mercados de divisas. En esos mercados, la jornada se inicia en el Lejano Oriente, en las plazas de Tokio, Singapur y Hong Kong como principales centros de contratación; se desplaza posteriomente hacia Oriente Próximo y continúa en Europa, siendo Londres la principal plaza. La Costa Este de EE UU toma el relevo de Nueva York, siendo en las horas en las que estas dos últimas plazas están abiertas (media tarde en Londres y comienzos de la jornada en Wall Street) cuando el mercado alcanza el mayor grado de liquidez. La calma vuelve entre el cierre de Wall Street y la apertura de Tokio.

El fraude abarca ya a casi todo el sector financiero: compañías que operan en Bolsa, bancos de negocios, empresas auditoras y de consultoría, fondos de inversiones y mercados de divisas. Hasta el momento, la vanguardia de las investigaciones las está llevando el fiscal de Nueva York, Elliot Spitzer, y sólo en segundo término aparecen los organismos reguladores. ¿Habrá alguien que siga diciendo que hay un exceso de regulación en el sector y que la solución está en la autorregulación? ¿Habrá alguien que siga opinando que los mercados financieros funcionan con transparencia y una información similar para todos los inversionistas? Es la libertad de la zorra en el gallinero.

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