Crítica:

Con una patria rota a la espalda

En esta novela se apela mucho a las citas. Una de ellas, de Víctor Sklovski, dice así: "No tengo ganas de ser ingenioso. No quiero construir una historia. Escribiré sobre cosas y pensamientos". Hay que decir que la autora no cumple siempre con la primera afirmación y que la segunda es bien cierta, así como la tercera. Sin embargo, la autora nos invita a descubrir la historia que hay debajo de esta recopilación de momentos. La autora habla en primera persona o al menos no se molesta en negarlo. A lo largo de trescientas y pico páginas lo que hace es reunir fragmentos que aparentemente no tienen...

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En esta novela se apela mucho a las citas. Una de ellas, de Víctor Sklovski, dice así: "No tengo ganas de ser ingenioso. No quiero construir una historia. Escribiré sobre cosas y pensamientos". Hay que decir que la autora no cumple siempre con la primera afirmación y que la segunda es bien cierta, así como la tercera. Sin embargo, la autora nos invita a descubrir la historia que hay debajo de esta recopilación de momentos. La autora habla en primera persona o al menos no se molesta en negarlo. A lo largo de trescientas y pico páginas lo que hace es reunir fragmentos que aparentemente no tienen entre sí otro lazo de unión que el de pertenecer a las cosas, pensamientos y miradas de una sola persona: la narradora. ¿Tan importante es esa narradora, tal capacidad tiene de atraer los fragmentos (125 en total) de que consta el libro como para formar con ellos una historia? Porque su intención es, dice, hacer una narración y la tarea del lector es descubrir si verdaderamente lo consigue o si, por el contrario, la fragmentación es una muestra de su incapacidad de hacerlo.

EL MUSEO DE LA RENDICIÓN INCONDICIONAL

Dubravka Ugresic

Traducción de María Ángeles Alonso y Dragana Basic

Alfaguara. Madrid, 2003

358 páginas. 17,95 euros

En primer lugar, la fragmentación de textos aparentemente sueltos se sustenta sobre la espina dorsal del libro: la experiencia del exilio. El libro está, a su vez, lleno de personas desubicadas que, en diversos tiempos y momentos se relacionan con ella. Son escenas, a veces instantáneas y a veces lo suficientemente largas como para dar cuerpo a un pequeño suceso; pero siempre suceden en un lapso que parece estar en el aire, en precario, sin asiento: ése es uno de los logros del libro en la medida que la condición de exilio lo va impregnando implacablemente.

El segundo asunto se resume

en una definición: "Was ist Kunst? (¿qué es el arte?) -pregunto a un colega. -El arte es un intento de defender la integridad del mundo, la secreta unión entre todas las cosas. Sólo el arte presupone una secreta relación entre la uña del dedo meñique de mi mujer y el terremoto de Kobe -dice mi colega". En esto cree a pies juntillas Dubravka Ugresic y así es como intenta construir este libro. Si se lo piensa uno bien, de lo que nos está hablando es del "efecto mariposa", y si lo que pretende es lograr algo así, ha de quedar bien o consigue volar al cielo o se estampa como Ícaro, no hay término medio.

El Museo de la Rendición Incondicional está situado en Berlín en el edificio donde se firmó la capitulación alemana en 1945 y se encuentra vacío y silencioso y en su interior se acumulan miles de documentos que esperan ser enviados a la Unión Soviética. A la vez, el muro ha desaparecido y sus restos se esparcen o se venden. Todo eso es peso muerto. En el zoo de Berlín -dice la narradora- hay una vitrina al lado del estanque de las morsas: en ella se encuentran expuestos todos los objetos encontrados en la tripa de la morsa Roland, muerta ocho días antes de levantarse el muro. "El visitante", sigue diciendo, "sabe que su valor de pieza de museo está determinado por el caprichoso apetito de Roland y, no obstante, no puede resistirse al pensamiento poético de que con el tiempo esos objetos han establecido entre sí unas relaciones más delicadas".

Ha caído el muro, la autora es una exiliada de la antigua Yugoslavia y contempla la guerra de los Balcanes mientras recuerda. En la mirada a la vitrina hay el deseo de establecer relaciones entre las cosas, por desunidas que éstas parezcan estar; en la visita al museo sólo se ve lo inerte, lo que no sirve, como los despojos del muro. Un amigo de la narradora, croata como ella, dice: "Cada vez estoy más convencido de que todos nosotros somos piezas de museo vivas". Entre esas tres imágenes: la vitrina, el museo y la declaración de su amigo Zoran se mueve la maquinaria de este libro sobre una nueva visión de la condición de exiliado pues ahora el exilio no significa ubicarse en otro lugar sino ir de aquí para allá con una patria rota a las espaldas que, a su vez, se fragmenta en la memoria misma del sujeto. Al final prefiero decir libro que no novela porque, en mi opinión, las piezas están demasiado sueltas, no son imprescindibles (bien podrían ser otras, a menudo no marcan su autoridad, su autosuficiencia, tampoco pasaría nada si se alterase el orden de los textos) y en varias ocasiones son más llamativas que intensas. Una colección de postales no hace relato, como un álbum sin una elaboración narrativa detrás no es más que una recopilación de fotografías. Pero, eso sí, el conjunto deja impreso en la mente del lector un clima de exilio, desconcierto y nostalgia que merece la pena retener.

Jóvenes de Alemania del Oeste observan la descarga de cemento para reforzar el muro en septiembre de 1961.AP

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