PATÉ DE CAMPAÑA | ELECCIONES EN CATALUÑA

Angelita y Orfelina

Angelita Trujillo y Orfelina Ríos son castellano-manchegas. Angelita, de Calzada de Calatrava, y Orfelina, de Ciudad Real. Pero por encima de accidentalismos geográficos, son socialistas a jornada completa. De haber nacido en San Petersburgo serían devotas de la Kollontai. Pero el hecho manchego-catalán las ha convertido en militantes del PSC y entusiastas de José Bono. Viven en Cornellà de Llobregat y conocen a todo el mundo. Ayer escoltaron a su alcalde, el primer secretario del PSC, José Montilla, en su excursión electoral por los puestos callejeros del mercado del Centro, entre potentes su...

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Angelita Trujillo y Orfelina Ríos son castellano-manchegas. Angelita, de Calzada de Calatrava, y Orfelina, de Ciudad Real. Pero por encima de accidentalismos geográficos, son socialistas a jornada completa. De haber nacido en San Petersburgo serían devotas de la Kollontai. Pero el hecho manchego-catalán las ha convertido en militantes del PSC y entusiastas de José Bono. Viven en Cornellà de Llobregat y conocen a todo el mundo. Ayer escoltaron a su alcalde, el primer secretario del PSC, José Montilla, en su excursión electoral por los puestos callejeros del mercado del Centro, entre potentes sujetadores de copa, medias panty -a tres euros los dos pares- y almohadas terapéuticas Galaxy.

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"¡Hay que votar a Maragal! Montilla no se presenta ahora", remachaban a los electores más duros de mollera, los que no acertaban a distinguir entre comicios. Y todo en pura tradición oral. Ni un papel, ni una octavilla. En el cinturón rojo la fuerza es de la palabra y del tacto. "Los números y las letras las hacéis vosotros, que de eso sabéis más", terció Dolores, una de los 83.000 vecinos de Cornellà, al paso del séquito del alcalde.

Angelita y Orfelina continuaban su tarea. Sonreían y guardaban silencio cuando se les preguntaba por las declaraciones de Bono sobre Pujol. Ayer eran agentes de Montilla. Si no hubiera sido por ellas, por su verbo generoso, por el besamanos de vecinos que le organizaban al alcalde, el paseo hubiera sido poco menos que un funeral. "A ver, chicos, hay que traer más claveles", ordenaban a Oscar, Jordi o Marta, militantes de las juventudes del PSC. El stock floral comenzaba a flaquear y Montilla se acercaba al bar de la esquina del mercado: El Rincón del Café Garrido. Ahí Montilla dejó seis claveles. Uno para cada uno de los pensionistas que, con cara de pecado, se ponían al día de atrasos de colesterol.

"Esto es el centro, nada que ver con Sant Ildefons", explicaba Montilla a los periodistas, rodeado por su guardia pretoriana político-municipal: el concejal bulldozer, Antonio Martínez, de Gobernación y Vía Pública y su jefe de prensa, Toni Bolaño.

"Déme la mano, que quiero darle la mano al alcalde", gritaba desde un puesto de ropa del mercadillo el propietario.

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"¡A ver si nos busca un lugar decente` para el mercadillo!", le increpaba otro vendedor. Las voces críticas merecían puntualización de Orfelina y Angelita: "En esta zona viven algunos convergentes". Y, ya se sabe, el enemigo no da tregua.

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