Columna

Garrapatas

Hace poco recibí la noticia de que una amiga acumuló una factura telefónica de más de 1.200 euros -doscientas mil pesetas- porque algo llamado dialer, llegado por Internet, se había instalado en su ordenador, y le conectaba a un número 806 cada vez que navegaba por la Red o usaba el correo electrónico. Cuando mi amiga recibió la astronómica factura de teléfono comenzó para ella una verdadera pesadilla. Se puso a investigar, intentando dar con el responsable de aquel 806, y acudió a la Oficina del Consumidor. Comprobó que allí había colas de gente con su mismo problema: habían sido ...

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Hace poco recibí la noticia de que una amiga acumuló una factura telefónica de más de 1.200 euros -doscientas mil pesetas- porque algo llamado dialer, llegado por Internet, se había instalado en su ordenador, y le conectaba a un número 806 cada vez que navegaba por la Red o usaba el correo electrónico. Cuando mi amiga recibió la astronómica factura de teléfono comenzó para ella una verdadera pesadilla. Se puso a investigar, intentando dar con el responsable de aquel 806, y acudió a la Oficina del Consumidor. Comprobó que allí había colas de gente con su mismo problema: habían sido atracados en la Red. Tantos documentos había acumulado mi amiga sobre los 806, que el responsable de la Oficina del Consumidor le pidió que se los prestase.

Durante unos días, Telefónica le cortó la línea, comunicándole que no la restituiría hasta que pagase la factura. Por fortuna, un tío suyo, que precisamente trabaja -¿no lo adivinan?- en Telefónica, consiguió que le quitasen el tapón a su línea. Pero, ¿qué empresa, qué entidad, quién diablos era el responsable de ese 806? Imposible de averiguar para un ciudadano de a pie.

Yo mismo examiné hace poco mis conexiones telefónicas, y descubrí, con sorpresa, que se habían colado en mi ordenador -de igual forma que a mi amiga- tres 806. Afortunadamente, estas conexiones o dialer, auténticos programas diseñados para el robo más sofisticado, semejantes a durmientes garrapatas preparadas para entrar en acción cuando se enciende el ordenador, no me afectan, puesto que el ADSL que uso para trabajar es inmune a las conexiones fantasmas. Si hubiera utilizado la línea telefónica normal, tal vez tendría una factura millonaria.

En estas circunstancias, uno se hace la -o las- preguntas, precisamente, del millón: ¿A quién benefician los 806? ¿Por qué no se puede descubrir la procedencia de un 806? ¿Es raro que los afectados piensen, con cierta lógica, que se trata de una operación del propio coloso de la telefonía española para recaudar fondos extra, y de paso promocionar -de una forma traumática pero efectiva- su ADSL entre los usuarios? Como dirían los payasos de la tele cuando se va el señor Chinarro: "¡Nana-niana-na-nianaaaaa!".

¿Sólo rumores? ¿Construcciones paranoides de los perjudicados? Sea o no la responsable de este desaguisado, y de muchas otras formas más descaradas de succión relacionadas con la mejora del servicio, no es de extrañar que la reputación de Telefónica entre la ciudadanía sea pésima, y vaya a peor.

La última noticia que tuve acerca de un 806 vino de una mujer pluri-empleada del hogar que ayuda a mi madre en su casa. Por lo visto, en el ordenador de su hija de doce años se introdujo una conexión-garrapata que la enlazó con un 806 erótico. Aunque la niña se percató pronto de que algo iba mal y desconectó el ordenador, cuando llegó la factura de teléfono su madre comprobó que había una subida en el consumo de más de cuarenta euros. Una humilde aportación familiar al imperio de Telefónica.

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