Editorial:

Amable desencuentro

Nadie esperaba que de la reunión Schröder-Aznar saliera un compromiso hispano-alemán sobre sus reconocidas divergencias a propósito del reparto de poder en la Unión Europea. Ambos dirigentes han reconocido con franqueza que no hay coincidencia sobre el sistema de votos en el Consejo Europeo: Berlín quiere -de acuerdo con la Convención- que privilegie el criterio de población, lo que restaría poder a España, y Madrid exige que respete el consenso alcanzado en Niza, favorable a países medianos como España o Polonia. La tradición exige que los temas relevantes en la construcción europea -y el pes...

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Nadie esperaba que de la reunión Schröder-Aznar saliera un compromiso hispano-alemán sobre sus reconocidas divergencias a propósito del reparto de poder en la Unión Europea. Ambos dirigentes han reconocido con franqueza que no hay coincidencia sobre el sistema de votos en el Consejo Europeo: Berlín quiere -de acuerdo con la Convención- que privilegie el criterio de población, lo que restaría poder a España, y Madrid exige que respete el consenso alcanzado en Niza, favorable a países medianos como España o Polonia. La tradición exige que los temas relevantes en la construcción europea -y el peso de cada uno de sus miembros lo es- se diriman en negociaciones de último minuto, algo que parecen asumir ambos jefes de Gobierno.

El encuentro berlinés ha sido más cálido de lo que anticipaban los pronunciamientos de ambos Ejecutivos durante los últimos meses. Schröder y Aznar han hecho un esfuerzo por presentar como camuflada afinidad sus puntos de vista, también divergentes, sobre la defensa europea y el Pacto de Estabilidad. Así, el canciller ha preferido enfatizar, ante un Aznar inequívocamente atlantista y pro-estadounidense, que la llamada iniciativa franco-alemana para dotar a Europa de mayor proyección militar no pretende competir con la OTAN, ni rebajar el vínculo defensivo con EE UU. La airada reacción de Washington a los planes iniciales de Francia, Alemania, Bélgica y Luxemburgo, esta primavera, para instalar un embrión de cuartel general al margen de la OTAN ha reconducido la incipiente emancipación militar europea hacia una ambigua propuesta británica de célula de planificación en el seno de la Alianza.

La polisemia diplomática ha prevalecido también a propósito del Pacto de Estabilidad. El primer ministro español, aun manteniendo su condición de apóstol del déficit cero, ha alabado los esfuerzos reformistas germanos. A Schröder no le queda más remedio que defender la flexibilidad ante un compromiso que su país no puede cumplir. Alemania y Francia sobrepasarán en 2004 por tercer año consecutivo el límite del 3% de sus déficit públicos en relación con el PIB. Presumiblemente, la sangre no llegará al río en la reunión del Ecofin, porque Bruselas no pondrá en arresto domiciliario a las economías más poderosas de la UE. Pero está en juego la credibilidad del Pacto. Y en todo caso, la libertad vigilada de Berlín es un trago especialmente amargo para un canciller en posición política precaria pese a los leves indicios de recuperación del gigante europeo.

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