Tribuna:OPINIÓN | Apuntes

Una historia banal

Esta que voy a contarles es una historia mediocre, nada interesante, pero enteramente cierta. Ocurrió en una Universidad que no es la mía, durante la inauguración del curso académico. El rector iba nombrando, con la solemnidad que requiere el acto, a quienes aquel año habían obtenido los premios extraordinarios de licenciatura y doctorado en sus respectivas materias. El número de mujeres nombradas era significativo, como, por otro lado, resulta natural en una Universidad en la que el número de chicas excede al de chicos. Pero he aquí que, cerca de donde yo me sentaba, comenzó a levantarse un r...

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Esta que voy a contarles es una historia mediocre, nada interesante, pero enteramente cierta. Ocurrió en una Universidad que no es la mía, durante la inauguración del curso académico. El rector iba nombrando, con la solemnidad que requiere el acto, a quienes aquel año habían obtenido los premios extraordinarios de licenciatura y doctorado en sus respectivas materias. El número de mujeres nombradas era significativo, como, por otro lado, resulta natural en una Universidad en la que el número de chicas excede al de chicos. Pero he aquí que, cerca de donde yo me sentaba, comenzó a levantarse un rumor proveniente de un grupo de señores catedráticos que se divertían contando en voz alta el número de mujeres que iban subiendo al estrado a recoger su premio: una, dos, tres, cuatro... Por un momento, parecía que iban a desbancar a los chicos en ese concurso en que la mirada torpe de aquellos patanes intentaban convertir esta parte del acto académico. Reían nerviosamente y no tenían el menor problema porque se llegara a oír tan cerca de ellos: ya llegan, ya llegan, en voz lo bastante alta como para que lo percibiéramos quienes estábamos más cerca. Al fin, cuando el número de las mujeres premiadas no logró alcanzar al de los hombres, aquellos ingeniosos juerguistas de la Academia suspiraron aliviados profiriendo: aún no llegan.

Ciertamente se trata de una anécdota sin importancia, de un divertimento de gentes ociosas que se aburren en un acto académico, al que asisten por compromiso. Algo que un escritor convertiría en ejemplo de la falta de interés de la liturgia universitaria y de la falta de gracia de algunos de sus protagonistas. Pero, viendo como están las cosas, viendo como el techo de cristal -esa barrera imperceptible- actúa deteniendo o retrasando los avances de las mujeres, no me parece prudente no prestar alguna atención a un hecho que carece de gracia y falta a la estética. Es preocupante que unos idiotas se sorprendan de algo tan normal para todo el mundo como es el hecho de que las mujeres que están en la Universidad no se comportan como estudiantes de segunda. Quienes son capaces de torcer así la vista en la observación de la realidad, lo que muestran sencillamente es que siguen manteniéndose en los trece de que las mujeres son otra cosa. ¿Qué ocurrirá -me pregunto- cuando estas chicas premiadas tengan que competir por un puesto de trabajo o por un reconocimiento social o por ejercer una responsabilidad política, si, para su desgracia, caen bajo la mirada de malasombras como la de aquellos aguerridos catedráticos que, puestos a degradar un acto, lo hicieron por donde menos duele: convirtiendo el paraninfo en una pasarela en la que a las mujeres les tocaba sólo ser observadas?

Pero nada de esto me preocupa tanto como que detrás de las risas tontas de aquellos hombres los hay que están inquietos por los cambios que se están produciendo en las vidas de las mujeres y que, en muchos casos, afectan a sus vidas cotidianas, tanto en su casa como en el trabajo ¿Cómo en estas condiciones pueden temer los avances de las mujeres? Ese es el miedo que tanto perjudica a las propias mujeres, que siguen siendo seres a los que es preciso abatir, si se descontrolan. Por eso la mujer prudente no debiera dejarse ver demasiado y, desde luego, se cuidará bien de actuar sin provocar. Aquellas risas del Paraninfo son una cuidadosa lección que deberíamos aprender las mujeres, con respecto al puesto que nos corresponde ocupar en la sociedad, si queremos tener las cosas fáciles y la fiesta en paz.

En cuanto historiadora -de segunda, naturalmente- explico a mis alumnos que están superados los significados históricos y culturales de la misoginia. Pero, como en tantos cambios históricos, los referentes a la mentalidad de las personas no se dan de golpe, sino que colean durante tiempo, como ocurría en la mentada ocasión con estos indicios de misoginia que se perciben en el comportamiento de ciertos hombres respetables. En el ámbito universitario, donde las cosas discurren con la contención del silencio, una pobre diversión de unos energúmenos, a los que posiblemente nadie haya oído una palabra inconveniente o un desprecio hacia las mujeres, explica el largo camino que nos queda aún por recorrer a las mujeres en el reconocimiento de nuestros derechos, que, por si el lector no lo sabe, no son otros que los de los hombres.

Hoy nadie niega la misoginia explícita en los casos más llamativos de mujeres maltratadas, cuando no veladas por la fuerza de la costumbre o la religión. En estos casos todo el mundo está de acuerdo en conceder que hay un problema que la sociedad debe abordar. En otros ámbitos, en la Universidad por ejemplo, el maltrato moral que padecen las mujeres resulta menos evidente. Nadie niega las diferencias que se observan en el reparto de las responsabilidades y reconocimientos políticos, académicos o administrativos. Pero tendemos a eludir responsabilidades, cargándolas a los vicios del sistema, cuando no a las propias mujeres, que no siempre están dispuestas a librar determinadas batallas. En estas circunstancias me viene a la mente un adagio chino que acabo de encontrar en una novela policíaca y que me parece que viene al caso: "Quita la nieve de tu puerta y no te preocupes por la escarcha del tejado de tu vecino". Sin embargo, tampoco conviene dejar pasar las historias -sin importancia- como la de aquellos simpáticos profesores entregados a sus graciosos entretenimientos.

Isabel Morant es profesora de la Universitat de València.

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