Columna

Normalidad

La presentación de la última novela de Ferran Torrent, Espècies protegides, la otra tarde en Valencia se sustanció como el acontecimiento que más normalidad ha aportado al proceloso universo de la lengua autóctona desde que la transición abriera una insondable zanja en nuestra sociedad. Más incluso que la instauración de la vitrina simbolista de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, en la que se pretendió deslocalizar el conflicto político acomodando el reducto de desasosiegos a una nómina. Sin embargo esa trinchera, aun agotada la confrontación por el aburrimiento, las bajas por defunc...

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La presentación de la última novela de Ferran Torrent, Espècies protegides, la otra tarde en Valencia se sustanció como el acontecimiento que más normalidad ha aportado al proceloso universo de la lengua autóctona desde que la transición abriera una insondable zanja en nuestra sociedad. Más incluso que la instauración de la vitrina simbolista de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, en la que se pretendió deslocalizar el conflicto político acomodando el reducto de desasosiegos a una nómina. Sin embargo esa trinchera, aun agotada la confrontación por el aburrimiento, las bajas por defunción y la reubicación laboral de quienes se consagraron a ella, siempre ha permanecido de algún modo levantada en el interior de la sociedad como una herida psicológica que ha propiciado no pocos prejuicios hacia todo aquello que estuviera hecho en valenciano con otros objetivos que el folclore y el chasco fallero. Este desajuste estableció hemisferios distintos e interesados, a menudo en ambos casos, entre los que la interacción no sólo era imposible sino herética y, por tanto, sancionable. La peor parte, ¿será necesario decirlo?, recayó siempre en el valenciano, que fue máximo símbolo del pueblo hasta que lo desplazó en rango la misma reyerta. Por fortuna, la desmovilización ha terminado por afectar a todos y en los últimos tiempos ha habido gente que ha tendido puentes entre ambas orillas. Aunque la presentación del libro de Torrent supera todos esos gestos. El hecho de que allí concurrieran, entre otros, el ex jefe de Gabinete de Eduardo Zaplana, Juan Francisco García, el principal accionista del Valencia, Francisco Roig, el arquitecto Enrique Roig, el secretario de Finanzas del PSPV, Josep Maria Cataluña, el ex líder del Bloc, Pere Mayor, o Eduardo Beut, el vicesecretario de Cartera de Participaciones Empresariales, la corporación industrial constituida por las grandes cajas de ahorro de la Comunidad Valenciana, así como la correspondiente cuota de profesores, irreductibles y náufragos en general, lo verifican. Torrent suministró la primera noticia feliz sobre la literatura contemporánea en valenciano el día que su obra le permitió comprarse un BMW; ahora le da una vuelta de rosca.

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