"¿Matemáticas en vacaciones? ¡Qué empollón!"

-Yo estuve en Asturias en agosto...

-Yo he llegado hasta el nivel 5 de la Gameboy.

-En Asturias está todo muy verde, como un campo de fútbol.

-Estaban a punto de matarme en el nivel 4, pero me lo pasé...

-He hecho algunas tareas de matemáticas.

-¿En vacaciones? ¡Qué empollón!

En la puerta del colegio público Capitán Cortés, en Carabanchel, dos niños de nueve años competían ayer por imponer sus vivencias veraniegas como tema de conversación. Sus caras, como las de los 160 niños que estudian primaria en este centro, reflejaban la ilusión por empezar a ut...

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-Yo estuve en Asturias en agosto...

-Yo he llegado hasta el nivel 5 de la Gameboy.

-En Asturias está todo muy verde, como un campo de fútbol.

-Estaban a punto de matarme en el nivel 4, pero me lo pasé...

-He hecho algunas tareas de matemáticas.

-¿En vacaciones? ¡Qué empollón!

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En la puerta del colegio público Capitán Cortés, en Carabanchel, dos niños de nueve años competían ayer por imponer sus vivencias veraniegas como tema de conversación. Sus caras, como las de los 160 niños que estudian primaria en este centro, reflejaban la ilusión por empezar a utilizar el material escolar y conocer a la nueva profesora, pero sobre todo por reencontrarse con los amigos. Los del Cortés conforman un grupo heterogéneo de unos 160 niños (de entre 3 y 11 años), según la Consejería de Educación. En torno a un 80% de ellos son minorías (gitanos, ecuatorianos, colombianos, peruanos...). Sólo el resto es autóctono.

A las nueve de la mañana, el caos del primer día se traducía en un torbellino de preguntas a la directora del centro: "¿A qué hora es el desayuno?, ¿cuándo empieza a funcionar el comedor?, ¿a qué hora los recogemos?". "Lean los carteles, está todo ahí", contestaban los profesores, que no daban abasto a tanta pregunta incontrolada.

El Capitán Cortés es un colegio amplio con pocos profesores y con capacidad para albergar a muchos más niños. Algunas de sus aulas están vacías porque el colegio dejó de impartir educación secundaria (de 12 a 16 años) hace algunos años. El centro ha sido reformado recientemente y dispone de ordenadores, al menos uno por clase. Las paredes del vestíbulo están adornadas con los trabajos de los niños y las banderas de los distintos países que se reúnen en sus clases.

La juventud del profesorado se ha dejado notar desde el primer día. En uno de los pasillos, hay una caja de cartón con varios crucifijos y retratos del Rey que una joven profesora, nueva en el centro, se ha encargado de descolgar de las paredes de las aulas. "Me parece muy bien", comenta otra maestra de mediana edad, "esto es un colegio público y no tiene por qué haber símbolos religiosos".

A las 12.30 comienzan a llegar los primeros padres para recoger a los niños. Un grupo de mujeres hace memoria del largo verano que han pasado junto a sus hijos: "Las vacaciones son largas para ellos porque se aburren, y largas para nosotras que los aguantamos". "Desde hace unos días están deseando llegar para usar los materiales", señala una mujer, "los libros son gratuitos, pero el resto, los bolígrafos, las mochilas y todo eso, tiene que ser de marca, porque si no, no les gusta".

Este año, parece que se ha impuesto del todo la bolsa con carrito y las pesadas mochilas en las espaldas de los chavales han pasado a mejor vida. Por lo demás, no hay demasiadas diferencias en la vestimenta de los niños y sólo los largos pendientes de las niñas gitanas, el estilo repeinado de los suramericanos, el acento o el color de la piel permiten distinguir a las diferentes etnias.

Las caras de casi todos ellos están sonrientes por el reencuentro. Las de los padres muestran más bien alivio por haber vuelto a encadenarse a una rutina que permite descansar tras las largas vacaciones.

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