Reportaje:

"Tal vez no volvamos jamás"

La familia Fontanet-Cornudella regresa a su casa, arrasada por el incendio de Maçanet

Una bañera chamuscada, un somier fundido y un fuerte olor a ceniza. Esto es lo que encuentra la familia Fontanet-Cornudella en la coqueta casa de madera que hace 25 años comenzó a levantar en la urbanización Mas Altaba de Maçanet de la Selva. Eran los años setenta, tiempos de urbanismo salvaje y de la fiebre del terrenito, pero ellos nunca quisieron una gran casa, sino una simple cabaña de madera donde ver crecer a los hijos y pasar las vacaciones. Sólo una pequeña parte tenía paredes de obra. Dentro de ella, aunque chamuscada, hasta las lámparas se han salvado. Pero el resto, la mayor ...

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Una bañera chamuscada, un somier fundido y un fuerte olor a ceniza. Esto es lo que encuentra la familia Fontanet-Cornudella en la coqueta casa de madera que hace 25 años comenzó a levantar en la urbanización Mas Altaba de Maçanet de la Selva. Eran los años setenta, tiempos de urbanismo salvaje y de la fiebre del terrenito, pero ellos nunca quisieron una gran casa, sino una simple cabaña de madera donde ver crecer a los hijos y pasar las vacaciones. Sólo una pequeña parte tenía paredes de obra. Dentro de ella, aunque chamuscada, hasta las lámparas se han salvado. Pero el resto, la mayor parte de la casa, ha quedado reducido a cenizas.

Nunca, hasta hace unos meses, habían pensado establecer allí su primera residencia. Pero ahora era diferente: ya cerca de la jubilación, Albert Fontanet y Marta Cornudella habían decidido dejar el piso de alquiler de Barcelona e instalarse en lo que ha sido su casa de vacaciones durante muchos años. Pero ya no saben si será así. El fuego cambió sus planes el pasado jueves.

Albert Fontanet salvaba ayer lo que podía de su casa incendiada. Denotaba entereza, pero cada paso que daba, cada madera que levantaba, era una bofetada. "Mira, si hasta se han fundido las llaves". Fontanet no sabe qué hará con lo que queda de su propiedad en Maçanet; no estaba preparado ayer para decidir nada. "No sé, tal vez me hundo y no volvamos jamás".

Pero su familia sabe que no será así. Marta Cornudella revoloteaba ayer de un lugar para otro inspeccionando lo que quedaba de su casa, y era más optimista. La cabaña de madera está destruida, sí, pero les queda la otra parte de la vivienda, la que construyeron hace tres años a base de ladrillo y piedra. Era la prolongación natural del viejo habitáculo que no quisieron derribar al construir la parte nueva. "Le teníamos mucho cariño, ¿sabes?". El fuego se prendió a las paredes de madera como las moscas a la miel y la edificación se convirtió en un montón de cenizas. Una puerta metálica estratégicamente dispuesta evitó que se quemara la parte de la casa de piedra, con lo que el comedor, un pequeño baño y una habitación de matrimonio permanecen en pie, con sus lámparas de papel intactas y las paredes completamente negras.Ahora han quedado a la vista los caprichos del fuego. A dos metros del televisor, completamente fundido, hay una maciza mesa de roble, intacta. "La construyó mi abuelo, y mira cómo ha resistido, es increíble", comenta una sorprendida Marta. Sobre la mesa, también intactas, observa sorprendida las tres lámparas de papel. Con la puerta, situada al lado, hubo menos suerte. Pese a ser de madera maciza, el fuego se la comió a trozos y ya no hay quien la salve. Como los vidrios, que reventaron por el calor.

En el baño el espectáculo es otro. No hay luz, las cenizas, el humo y el calor hincharon algunos muebles, pero, cosas del fuego, el papel higiénico está intacto. Pero la desolación, el ensañamiento de las llamas, se nota en el jardín. Los alrededores de lo que fue la cabaña de madera hablan por sí solos.

El gato de la familia, un animal asilvestrado por la libertad que siempre ha disfrutado, todavía tiembla. No saben cómo se salvó de las llamas, pero lo cierto es que ya lo tendrá más difícil ahora para cazar los ratones y pájaros de los que se alimentaba entre semana. "Ahora no habrá nada en el bosque, sólo cenizas", se lamenta Gisel, la hija de Albert y Marta.

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Gisel, entrada en la treintena y con un notorio embarazo, recordaba ayer sus veraneos con la familia en la casa de Maçanet. "Nos juntábamos todos; a veces éramos seis o siete, y todos dormíamos en la cabaña de madera". No cree que lo repitan, y lo lamenta por Ariadna y Laia, las gemelas que, si todo va bien, se incorporarán a la familia en otoño.

Pero no todo son lamentos. "Al fin y al cabo, sólo hemos perdido una casa, todos estamos sanos", recuerda un pragmático Albert. "Además, todo el mundo se ha portado muy bien con nosotros", explica su esposa recordando las horas de incertidumbre tras el desalojo. Ellos, como el resto de vecinos de la urbanización, unos 700, fueron conducidos por los Mossos d'Esquadra hacia el polideportivo de Maçanet. Allí se pusieron en manos de los bomberos, los voluntarios y los vecinos en general, que se volcaron en su ayuda. "Quizá falló algo en el asunto del incendio, pero yo sólo tengo palabras de agradecimiento", asegura Albert.

En el pueblo también recuerdan con una mezcla de horror y cariño el día y medio de desalojos. Por suerte, todos los evacuados ya han sido realojados. Isabel Herraiz, la farmacéutica, fue una de las almas de la improvisada organización. "Fueron horas de caos, pero organizamos un dispositivo inmenso para hacer bocadillos, traer agua y montar un consultorio médico. Fue algo muy grande". Pero esta mujer, como el resto de los vecinos, sólo busca recuperar la tranquilidad del pueblo. "Maçanet sigue en pie, y tiene muchas cosas que ofrecer. No nos olviden, por favor".

Marta Cornudella al entrar en su casa, calcinada por el incendio que afectó Maçanet de la Selva.MARCEL·LÍ SÀENZ

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