Columna

Reivindicar Marbella

Mis boticarias de cabecera se llevaron un televisor a su farmacia para seguir la moción de censura contra Julián Muñoz. Han visto los empujones, los insultos y a dos chulos de discoteca -uno negro con camiseta blanca, el otro blanco con camiseta negra- escoltar a una señora bien cargada de silicona que se dice socialista. "¿De verdad crees que nos merecemos esto?", pregunta a una clienta una de las empleadas de la farmacia.

Se da por supuesto que los marbellíes son los únicos responsables de esta tragicomedia. Lo que no cabe ninguna duda es de que son víctimas. Estos días se ha dicho de...

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Mis boticarias de cabecera se llevaron un televisor a su farmacia para seguir la moción de censura contra Julián Muñoz. Han visto los empujones, los insultos y a dos chulos de discoteca -uno negro con camiseta blanca, el otro blanco con camiseta negra- escoltar a una señora bien cargada de silicona que se dice socialista. "¿De verdad crees que nos merecemos esto?", pregunta a una clienta una de las empleadas de la farmacia.

Se da por supuesto que los marbellíes son los únicos responsables de esta tragicomedia. Lo que no cabe ninguna duda es de que son víctimas. Estos días se ha dicho de todo: entre otras cosas, que en Marbella no hay nada que no esté a la venta. No difiere mucho esta visión de la que Jesús Gil ha repetido miles de veces: "Cuando llegué a Marbella, sólo había putas, drogadictos y maricones". Qué finura. Es realmente raro que los ciudadanos de Marbella dieran su voto a quien les insultaba. Pero, a toro pasado, la cosa parece más razonable: los marbellíes fueron engañados por Gil, pero nunca por Isabel García Marcos, ni por aquel figurín que durante años representó al PP y del que sus propios compañeros decían que estaba a sueldo del GIL.

En Marbella han fallado muchas cosas: no sólo el voto de sus habitantes. Falló el PSOE, cuando regía la ciudad, a la hora de solucionar problemas sencillos. Falló el Gobierno de la nación: Jesús Gil pudo ganar sus primeras elecciones gracias a un indulto firmado por Felipe González que le salvó de cumplir una pena de inhabilitación.

Lo recordaba muy bien el pasado martes, en estas mismas páginas, el diputado de IU José Luis Centella: nadie puso en su sitio a Gil cuando despidió al secretario municipal que se negó a rendir cuentas al alcalde en el ayuntamiento paralelo que había montado en la oficina desde la que gestionaba sus negocios.

Falló la Justicia; falló el Colegio de Arquitectos, que otorgaba visados a proyectos ilegales; fallaron los registradores de la propiedad, que se negaron a inscribir en sus registros las denuncias urbanísticas, lo que hubiera servido, al menos, para proteger los derechos de los que compraban de buena fe; fallaron los notarios. Sí, ya sé que todos ellos -jueces, fiscales, arquitectos, registradores y notarios- estaban respaldados por la ley, pero no por la moral ni por el sentido común.

Fallaron también los gobernadores civiles, incapaces de frenar los malos tratos y las amenazas, y falló la Junta de Andalucía, que tardó ocho años en reaccionar porque consideraba que el GIL servía para frenar al PP -fue el mismo error que cometieron los socialistas franceses con Le Pen- y mantenía un delegado de Obras Públicas al que sólo le faltaba aplaudir las irregularidades urbanísticas de Gil.

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Son mucho los marbellíes que sienten estos días una profunda vergüenza. Han sido traicionados: PA y PSOE han hecho justo lo contrario de lo que sus electores esperaban de ellos. La entrada bajo escolta en el Ayuntamiento de los ediles traidores después de salir de sus escondites es significativa. Que unos concejales tengan que ser protegidos de sus votantes lo dice todo.

Al igual que en Madrid, nadie ha dado explicaciones de cómo estos sinvergüenzas llegaron a las listas cerradas del PSOE y del PA. Alguien debería de pedir disculpas.

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