Columna

'President'

El jefe del Consell, Francisco Camps, se debe a la sociedad y a la responsabilidad de su cargo. No puede limitarse a velar por los intereses de Eduardo Zaplana. En eso, todos los vaticinios sobre el nuevo inquilino del Palau de la Generalitat, que abundaban en la subsidiariedad cuando no en la dependencia absoluta, han fallado. El nuevo equipo se ha puesto manos a la obra con una determinación digna de encomio. Lo que ha sumido en la zozobra a quienes esperaban, sobre todo dentro del PP, una continuación de la arrogante instrumentalización de las instituciones valencianas practicada en la etap...

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El jefe del Consell, Francisco Camps, se debe a la sociedad y a la responsabilidad de su cargo. No puede limitarse a velar por los intereses de Eduardo Zaplana. En eso, todos los vaticinios sobre el nuevo inquilino del Palau de la Generalitat, que abundaban en la subsidiariedad cuando no en la dependencia absoluta, han fallado. El nuevo equipo se ha puesto manos a la obra con una determinación digna de encomio. Lo que ha sumido en la zozobra a quienes esperaban, sobre todo dentro del PP, una continuación de la arrogante instrumentalización de las instituciones valencianas practicada en la etapa del actual ministro de Trabajo. Sencillamente, Camps no podía esperar a las elecciones generales del próximo mes de marzo para ponerse a trabajar en serio si no quería dilapidar por el camino toda su credibilidad. No podía ampararse en la sombra interina de José Luis Olivas y prolongar la penosa sensación de irrelevancia. Sobre todo porque el suyo es un equipo joven, cuya vocación consiste en articular una política que dure. Para ello, hay que apartar la hojarasca de los grandes proyectos y detenerse, por ejemplo, a mirar qué queda del IVAM, si es que queda algo; hay que despejar la nube de las estrategias convertidas en mera teoría, como en el caso de la fusión de cajas; hay que buscar remedio a conflictos podridos, como el del Teatro Romano de Sagunto; hay que imponer austeridad ante una deuda ingente, y hay que abrir las puertas al contacto con sectores civiles hasta ahora víctimas de los anatemas de la propaganda. Cierto nerviosismo, con un punto de histeria, cunde entre el zaplanismo por lo que considera una "traición" que no es tal y que los ciudadanos, de la coloración ideológica que sean, sólo pueden ver con simpatía en alguien que se debe al mandato del autogobierno. Si Zaplana calculó mal la cobertura de sus ambiciones en su salto a Madrid de cara a la batalla por la sucesión de José María Aznar en la presidencia del Gobierno, su instinto ha de llevarle a recomponer la figura tan pronto como hoy, en la junta directiva regional del PP. La ausencia de Camps, de viaje en Viena como President, indica con toda nitidez que es cosa suya.

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