Crítica:EL CRONISTA DE LAS FAVELAS

Miniatura del infierno

Un carnaval de tiros, rayas de coca y gritos de mujer, y una samba de sangre y vicio recorren Ciudad de Dios, esa crónica feroz de la favela de Río del mismo nombre que el escritor y guionista Paulo Lins ha convertido en novela, tal vez porque piensa que vendiéndola como ficción esa historia desgarrada que nos cuenta se beneficia de una suerte de eufemismo. Entre 1986 y 1993 Lins estudió junto a una antropóloga la criminalidad en el terreno objeto de su libro -llevado al cine por Fernando Meirelles con inusitado éxito-, escuchó a los delincuentes mascullar frases que ahora ha transcrito...

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Un carnaval de tiros, rayas de coca y gritos de mujer, y una samba de sangre y vicio recorren Ciudad de Dios, esa crónica feroz de la favela de Río del mismo nombre que el escritor y guionista Paulo Lins ha convertido en novela, tal vez porque piensa que vendiéndola como ficción esa historia desgarrada que nos cuenta se beneficia de una suerte de eufemismo. Entre 1986 y 1993 Lins estudió junto a una antropóloga la criminalidad en el terreno objeto de su libro -llevado al cine por Fernando Meirelles con inusitado éxito-, escuchó a los delincuentes mascullar frases que ahora ha transcrito con una naturalidad jergal reproducida por la traducción de Merlino. Contempló la violencia callejera y advirtió que en los suburbios sólo es concebible la supervivencia, y que la degradación urbana no deja de ser, a su modo, una jungla como la amazónica. Incapaz de añadirle comentarios morales a una historia irredenta, se conforma con exponer los hechos e hilvanarlos de la mano de un narrador distante con vocación de cronista.

CIUDAD DE DIOS

Paulo Lins

Traducción de Mario Merlino

Tusquets, Barcelona 2003

398 páginas. 19 euros

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La vida en la favela engendra muerte, acarrea "basura, botes, perros vagabundos, antiguas cuentas que ajustar, rabiosos vestigios de tiros, noches para velar cadáveres, charcos dejados por las crecidas, lombrices viejas en intestinos infantiles, revólveres, hambre, traición y muerte", página 21; destruye la ilusión ("se percató de que las naranjadas aguadas y azucaradas que bebiera durante su infancia no eran tan buenas. Intentó acordarse de las alegrías pueriles que murieron en cada cabezazo que se diera contra la realidad", página 16); desmorona la civilización, animaliza ("algunos maleantes dispararon al difunto y la sangre chorreó con fuerza, con lo que el crepúsculo de octubre se tornó aún más rojizo. La madre de un porrero asesinado por el policía aprovechó para escupir sobre el cadáver", página 145). Como los conquistadores inventaron un lenguaje para describir un paisaje ignoto y hacerlo suyo, Lins conquista con la palabra el submundo de las favelas, aterrador, enloquecido, claustrofóbico, en realidad sólo imaginable en términos oníricos. Los protagonistas de cada capítulo, Inferninho, Pardalzinho y Zé Miúdo, no son sino marchitas flores del mal, infelices habitantes hacinados en la zahúrda humana del cinturón urbano de Río -o de São Paulo o de Nueva York o de Shanghai o México o Madrid-, los barrios apestados de nuestro mundo feliz, en los que la esperanza es una quimera, y en los que historias como la de Busca-Pé, el chaval emperrado en ser fotógrafo, sólo se entienden como absurdas fábulas enquistadas en un realismo tremendista y descorazonador.

Ciudad de Dios es una denuncia irreprochable y necesaria, una impresionante inmersión en los dominios de Mr. Hyde.

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