EL DEBATE DE INVESTIDURA

Folios blancos y puntos negros

A Francisco Camps, como al Aimar de los primeros partidos en el Valencia, le sobra un regate. En ése quiebro superfluo es donde a un futbolista le roban la cartera y todo su esfuerzo anterior queda neutralizado. Sin embargo ayer Camps fue al hemiciclo dispuesto a regatearse a sí mismo, incluso sin balón. Irrumpió extensamente de gris, como para firmar un traspaso en la notaría, y tras un ortopédico ejercicio de bilingüismos entre Julio de España y Juan Manuel Cabot, subió al estrado como si saltara a una cancha de tierra batida del Club de Tenis. Construyó una envolvente retórica con brillos r...

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A Francisco Camps, como al Aimar de los primeros partidos en el Valencia, le sobra un regate. En ése quiebro superfluo es donde a un futbolista le roban la cartera y todo su esfuerzo anterior queda neutralizado. Sin embargo ayer Camps fue al hemiciclo dispuesto a regatearse a sí mismo, incluso sin balón. Irrumpió extensamente de gris, como para firmar un traspaso en la notaría, y tras un ortopédico ejercicio de bilingüismos entre Julio de España y Juan Manuel Cabot, subió al estrado como si saltara a una cancha de tierra batida del Club de Tenis. Construyó una envolvente retórica con brillos rupturistas y, sobre todo, puso en escena la coreografía para líderes impartida en la calle Génova, con movimientos de extremidades muy aserejé.

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Citó a Aznar y ensalzó la grandeur de Zaplana. Incluso le echó una gamba a Olivas, que con gesto póstumo configuraba la punta de herradura arqueológica del Consell residual en el banco azul. Camps dibujó un escenario tan dulce que incluso llegó a parecer más un turoperador de Fitur que un presidente de una comunidad en la que "el liderazgo se ha convertido en una nueva seña de identidad". Sólo lo agrió con referencias al pasado y para sacar el botijo del PHN y lanzarlo sobre el jefe de la oposición.

También insinuó "el siguiente escenario" de la Comunidad Valenciana y esbozó los retos y desafíos del siglo XXI, muy centrados en la economía productiva, para lo que propuso una estructura administrativa adecuada para afrontarlos. Y propuso hacer de las Cortes el centro de política valenciana con comparecencias semanales, como enterrando a Zaplana. Incluso sacó la zanahoria de la reforma del Estatuto y acabó haciendo el discurso de investidura más corto y más valencianista de la historia de las Cortes Valencianas. Pero al discurso de Camps le faltó ritmo pirotécnico.

Sin embargo, Joan Ignasi Pla iba directo a por el balón. Llegó acompañado de su habitual séquito fúnebre, con la expresión carbonizada por las hogueras orgánicas que le habían encendido el día anterior en Alicante. No era su mejor día, pero acabó resolviendo el embate con un discurso de índice y pulgar saturado de propuestas para alcanzar acuerdos en "temas de Estado". Pla realizó un parlamento vibrante en el que rebajó el azúcar de la diapositiva proyectada por el entusiasta Camps, criticó su autocomplacencia y le exigió que se materializaran "sus promesas, que ahora son compromisos". Camps deploró que Pla, ante unas proposiciones de calado, se limitara a destacar "los puntos negros del folio en blanco". Sacó de nuevo el botijo del PHN para ahogar a Pla, y sobreinsistió tanto sobre lo insistido que hasta Olivas dejó ir un bostezo sin hacer nada por camuflarlo, aunque al final aplaudió tanto como José Cholbi.

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