Columna

Libros desde Valencia

Vicente Muñoz Puelles acaba de publicar una novela que fue premio Alfons el Magnanim el pasado otoño. Se titula Las desventuras de un escritor de provincias, y lo he leído en 6 horas cómplices en la orilla del Mediterráneo, en un sábado pacífico y ardiente, ajeno a las traiciones del diputado Tamayo y a los silencios de la misteriosa dama Sáez.

El libro de Muñoz Puelles cuenta la historia de un escritor que vive en Valencia, dedicado exclusivamente a la literatura, y, como es natural, narra muchas carencias y ansiedades, muchos ascetismos y sobresaltos, pero también instantes de ...

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Vicente Muñoz Puelles acaba de publicar una novela que fue premio Alfons el Magnanim el pasado otoño. Se titula Las desventuras de un escritor de provincias, y lo he leído en 6 horas cómplices en la orilla del Mediterráneo, en un sábado pacífico y ardiente, ajeno a las traiciones del diputado Tamayo y a los silencios de la misteriosa dama Sáez.

El libro de Muñoz Puelles cuenta la historia de un escritor que vive en Valencia, dedicado exclusivamente a la literatura, y, como es natural, narra muchas carencias y ansiedades, muchos ascetismos y sobresaltos, pero también instantes de esplendor transvalenciano, con algunos viajes, traducciones y premios, para volver de nuevo a la exigente brega profesional, siempre salvada por ese placer sin parangón que consiste en crear personajes y mundos, vidas y países en la alta madrugada, la casa en silencio, el bosque cerca, y la vida cotidiana, contable y comercial -siempre fastidiosa- convertida en una extrañeza, en una lejanía, en poco más que una nada.

Durante muchos años Valencia ha pintado muy poco en la edición española. Pero las cosas están cambiando. Diversas editoriales se han lanzado al difícil ruedo de la literatura y comienzan a dibujar un paisaje de normalidad en una urbe que roza, con su hinterland, el millón y medio de habitantes y que, sólo por eso, debería contar con una vida editorial y literaria muy notables. Una pujanza similar a la que ya existe, por ejemplo, en el ámbito de la música o en el de las artes plásticas.

También hay novedades en el plano público. Después de largos años de miserias presupuestarias, es cierto que desde la Dirección General del Libro y desde otras muchas instituciones se apoya a nuestras editoriales y a nuestros escritores. Políticos y profesionales ya comparten la conveniencia de crear en la Comunidad Valenciana una alternativa editorial al apabullante dominio que ejercen Barcelona o Madrid. Si en otros órdenes, artísticos o económicos, se va decantando la opción valenciana, ¿por qué no, también, en el mundo del libro, que es el mejor instrumento cultural desde hace cosa de 3.000 años?

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