Columna

Bilbao

Bilbao cumple años hoy. Van 703. Se celebraron como correspondía sus primeros siete siglos de historia, pero la cosa sigue. La capital vizcaína sigue cumpliendo años y las autoridades siguen agasajándola, como para recuperar el tiempo malgastado o perdido o hacerse perdonar algún agravio. Hoy los fureros de La Fura dels Baus conseguirán ponernos los pelos como escarpias y la boca de palmo en Zorrozaurre. Luego tendremos fuegos. Mientras tanto, 127 personas velarán (están velando ya) por la seguridad de la parroquia. Los festejos tienen también su lado peligroso.

La villa adusta e indust...

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Bilbao cumple años hoy. Van 703. Se celebraron como correspondía sus primeros siete siglos de historia, pero la cosa sigue. La capital vizcaína sigue cumpliendo años y las autoridades siguen agasajándola, como para recuperar el tiempo malgastado o perdido o hacerse perdonar algún agravio. Hoy los fureros de La Fura dels Baus conseguirán ponernos los pelos como escarpias y la boca de palmo en Zorrozaurre. Luego tendremos fuegos. Mientras tanto, 127 personas velarán (están velando ya) por la seguridad de la parroquia. Los festejos tienen también su lado peligroso.

La villa adusta e industriosa nacida a orillas de un río de hierro se ha vuelto muy festera y celebradora en los últimos tiempos. Antes era mejor disimular el éxito para no fomentar las envidias. En cambio, a estas alturas, las fiestas forman parte del producto interior bruto de la Villa.

Quién nos lo hubiera dicho hace diez años, cuando todos dudaban de la viabilidad de un Bilbao sin industria siderúrgica, volcado en los servicios, es decir, volcado en las bandejas de una oscura legión de camareros, una legión sin épica o sin la épica, al menos, del obrero industrial. Los camareros, reconozcámoslo, hacen estatuas poco convincentes y les sienta mejor el tergal que la piedra o el bronce bruñido.

Al Rubial que pasea junto al Guggenheim sí le sienta el metal como un guante, pero el ilustre socialista representa al Bilbao de los viejos oficios, el Bilbao de Ibarrola y Dionisio Blanco, el de la cloaca navegable y los hondos infiernos en la niebla que cantó y que contó Blas de Otero.

En aquel Bilbao, "cementerio de hermosas inteligencias" según el donostiarra Salaverría, siempre malhumorado, dedicarse a escribir era un pecado, una frivolidad o un desafío condenado al fracaso. Se fomentaron generosamente las artes plásticas (la pintura era cosa mentale, pero ante todo daba tono social y servía para llenar los espaciosos lienzos de los Manderleys un sí es no es horteras de Neguri).

Hoy las artes se siguen fomentando y continuamos siendo, como entonces, una ciudad subdesarrolada literariamente. Ni Unamuno ni Larrea ni Otero tienen una presencia que no sea anecdótica en nuestra glamurosa vida cultural. Las únicas editoriales de fuste se encuentran en Donostia o en Vitoria. Cualquier proyecto, por delirante y oligofrénico y millonario que sea, tiene más aceptación que la simple edición de un libro digno o un ciclo de conferencias en el que a los conferenciantes no se les limosnee. Lo cual no significa que en Bilbao no se gaste en cultura una barbaridad y que el museo Guggenheim, aproximadamente, siga metiendo goles.

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Lo que es cierto es que el viejo, sucio y querido Bilbao, a la altura de sus setecientos tres años, ha conseguido renacer de sus propias cenizas. Como la profecía que se cumple a sí misma, la ciudad ha logrado superar los más negros augurios y convertirse en otra sin dejar, ¡maravilla!, de ser ella misma. Lo que a Bilbao le quita el paisaje, me decía mi padre, se lo da el paisanaje. Pero el paisaje cada vez nos quita menos y hasta comienza a darnos algún rédito.

La ciudad ha cambiado de piel y es esperable que está nueva epidermis sea más duradera que las anteriores. Asombra que una urbe con semejante potencia histórica conserve tan pocas muestras visibles de algunas etapas de su pasado. Vinogrado, como escribió un poeta nieto de toneleros, tal vez debió fundarse en Somosierra o en San Sebastián, pero a pesar de todo es la ciudad más grande y más viva de Euskadi.

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