Columna

Don de gentes

Ayer se celebró en mi autonomía el Dia del Donant y, por haber sido invitada al coincidente acto de presentación de la Federació d'Associacions de Transplantats, recibí lo que bien podría llamar un valioso trasplante de optimismo. La gente llevaba un lazo color naranja en la solapa, un color lleno de vida con el mensaje implícito de la federació: "Lo más importante es el donante". Eso significa que el tremendo andamiaje científico construido en torno a uno de los mayores logros poético-prácticos de la medicina (que alguien le gane el pulso a la muerte gracias a una vida que ha sido arrebatada)...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Ayer se celebró en mi autonomía el Dia del Donant y, por haber sido invitada al coincidente acto de presentación de la Federació d'Associacions de Transplantats, recibí lo que bien podría llamar un valioso trasplante de optimismo. La gente llevaba un lazo color naranja en la solapa, un color lleno de vida con el mensaje implícito de la federació: "Lo más importante es el donante". Eso significa que el tremendo andamiaje científico construido en torno a uno de los mayores logros poético-prácticos de la medicina (que alguien le gane el pulso a la muerte gracias a una vida que ha sido arrebatada) no sirve para nada si no aumenta el número de donantes. España es el primer país en materia de donación de órganos; Catalunya va por delante.

Pero el mismo progreso que implica a los ciudadanos en el compromiso de la donación es, también y afortunadamente, el que nos hace más longevos. Y eso quiere decir: más. Se necesitan más donaciones. Si lo pensamos bien, por encima de las insensateces de este mundo puede existir una patria de los órganos, de los cuerpos solidarios, un sitio final en el que a uno ya no le preguntan de dónde procede ni a qué dios reza. No me parece que pueda hablarse de mejor gente que la que ofrece ese don.

Ayer, en el acto al que me he referido, tuve ocasión de recordar la tremenda sacudida que supuso, en diciembre de 1967, el primer trasplante de corazón, realizado por el doctor Christian Barnard en Ciudad del Cabo. Yo trabajaba entonces en la revista Garbo, y recuerdo que el evento se siguió con auténtica emoción y esperanza, todos pendientes de la heroica lucha del paciente contra el rechazo.

Poco después me abordó un caballero, y me recordó que él y yo habíamos trabajado juntos en la época del debut del doctor Barnard. Él lo hizo en los talleres que imprimían Garbo. Ahora está retirado y espera turno para un trasplante de riñón.

Parientes, amigos, incluso enemigos, sabedlo: en caso de muerte súbita, entregad mi cuerpo a la ciencia. Si mis órganos no resultan aprovechables, siempre quedará algo útil para la investigación. Descuartizada, sin curas cerca, y en manos de los médicos del futuro. No se me ocurre mejor forma de reinar después de morir.

Archivado En